Rigor lluvioso y ciclo escolar

Las sociedades tienen una relación directa con su geografía, el medioambiente y las estaciones. Por eso programan sus actividades en función de esas realidades. La situación climática siempre será un elemento que se debe considerar. Lo que actualmente pasa en el país, en la región litoral, con las actividades educativas, tiene que ver con este factor. Antes, la sociedad, la escuela y los padres de familia transmitían una cultura de adaptación a los cambios estacionales. Especialmente cuando llegaban las lluvias. Es decir, siempre se ha sabido que en época de lluvias estas pueden ser normales o atípicas, debido a la influencia de la corriente de El Niño. Por eso se buscó que el año lectivo terminara en el mes de diciembre, de modo que las lluvias no afectasen la vida escolar. Así los estudiantes podían tener los meses de febrero, marzo y abril para sus vacaciones. El inicio del ciclo escolar era en mayo. Esta tradición duró muchos años. Incluso, en algunas zonas del litoral ni siquiera comenzaban las clases en ese mes porque las escuelas siempre sufrían severas afectaciones como inundaciones, destrucción, aguas estancadas, etc. Pero para cumplir el riguroso año lectivo (primero de 180 días, luego de 200) se cambió el calendario tradicional.

La actividad escolar no puede negar ni dejar de lado la influencia estacional y sus efectos, tanto para el inicio como para el término del período lectivo (mayo-enero). Pero queriendo mantener estrictamente un incremento de días laborables, el actual Gobierno consideró que era mejor comenzar en abril y terminar en febrero. Es posible que esa propuesta tenga buena intención, sin embargo omite los estragos que las lluvias dejan. Hoy se impone que el ciclo termine en este mes. Pero como los maestros deben regresar a los locales en marzo, esto significa que hay 30 días de vacaciones para los profesores y 60 para los alumnos.

En la duración de cualquier ciclo lectivo, actual o futuro, las lluvias siempre serán un factor que incidirá directamente en la actividad escolar. Por eso es preciso encontrar la mejor forma de contrarrestar esa incidencia. Es válido decir que no es posible que por la presencia de las lluvias se paralice la educación. Pero asimismo, es importante considerar que su rigor e impacto, cuando son continuas y copiosas, impiden el normal funcionamiento de escuelas y colegios de las zonas de mayor afectación.

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