Al fin, pareciera que la gente perdió el miedo y se decidió a hablar alto y claro. Del actual presidente de la república hacia abajo, algún expresidente, determinados dirigentes políticos y casi todos los comunicadores sociales, se insiste con fuerza en denunciar y repudiar el autoritarismo y la corrupción que imperaron durante diez años en nuestra patria.
Como decían los propios partidarios del nefasto régimen anterior, que deben de tener muy claro cómo era la cosa: perseguir a Glas es un camino para llegar a Correa, puesto que ellos sabían perfectamente que las travesuras del segundo mandatario no podían haberse dado sin la autorización del número uno, que todo lo controlaba. Así, el tío mensajero debió serlo de ambos primeros magistrados. Y si Correa no estaba en la movida pero la toleraba, entonces su negligencia resulta macanuda. Se le llevaron gruesas sumas de fondos públicos sin que haga nada por evitarlo.
Cuando, aunque con lentitud y una serie de comportamientos ambiguos, Glas está sometido a la justicia, aunque sea para las indagaciones previas también debería estarlo el ex primer mandatario que ahora ha convertido la posibilidad de retornar al Ecuador en una amenaza, cuando lo que debería hacer es esperar que se solicite su extradición para que venga a intentar aclarar sus responsabilidades en el mayor atraco de la historia nacional, en vez de intentar un campeonato de rabos de paja.
Con todo y todo, sin embargo, la lucha contra la corrupción y su éxito no dependen solamente de a quiénes se apresa y se juzga. Incluso ese paso queda apenas en escaramuza, a pesar de lo que significa para los involucrados y sus familiares, si no se cuenta con una función judicial estrictamente independiente.
Una justicia no manoseada, según dicen expertos como el colombiano Iván Velásquez Gómez: Comisionado contra la impunidad en Guatemala (que ha logrado formidables acciones en el hermoso país centroamericano que generaron presos del más alto nivel), es un requisito sine qua non con el que lamentablemente el Ecuador no cuenta todavía y también una ciudadanía activa, en la calle.