Regresa el populismo a America Latina

Parecía que América Latina (AL) había eludido el populismo, justo cuando América del Norte y Europa se lanzaban al mar haciendo la vista gorda. El régimen chavista de Nicolás Maduro continúa encarcelando ciudadanos y destruyendo la economía de Venezuela; y Evo Morales en Bolivia y Daniel Ortega en Nicaragua siguen cambiando las reglas del juego para ser reelegidos indefinidamente. Pero la derrota electoral del peronismo kirchnerista pareció marcar un giro en Argentina, lo mismo que la destitución de Dilma Rousseff en Brasil y el reemplazo de sus fallidas políticas económicas por un enfoque que reconoce que la deuda fiscal y los déficits no pueden continuar aumentando para siempre. El tono de la política en la región también daba la impresión de estar cambiando para mejor. Las estridentes acusaciones que convierten en enemigos a todos los adversarios políticos parecían estar cediendo paso a la conciliación y la negociación. Pero... 2018 es un año crucial para la política en AL: se realizan elecciones presidenciales en los tres países de mayor población. Y en Brasil, Colombia y México, la polarización va ganando, con populistas de derecha e izquierda como favoritos en las encuestas: en Colombia, Iván Duque, el candidato que Uribe apoya, lidera las encuestas; en Brasil el insólito hombre del momento es Jair Bolsonaro, diputado federal y antiguo paracaidista del Ejército, a quien el New York Times describió como un “provocador de extrema derecha”, con una larga historia de “comentarios incendiarios que denigran a mujeres, personas de raza negra y gais”; y en México no existe segunda vuelta, el candidato que obtiene un voto más que los otros pasa a ocupar la presidencia. Y ese candidato, según encuestas, sería Andrés Manuel López Obrador, un populista veterano de dos contiendas presidenciales previas, que con los años parece estar moderando sus posturas: recientemente ha renegado de nacionalizar la banca y la industria, y de retirar a México del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Así, podemos aprender cuatro lecciones del posible éxito de esta nueva generación de populistas latinoamericanos. La primera: ¡No es la economía, estúpido! Las economías de Brasil, Colombia y México están creciendo, aunque de manera lenta y es difícil negar que el manejo macroeconómico ha mejorado y que las economías locales se han vuelto mucho más estables. Segunda: la mano dura en la mantención del orden público, incluso ampliar el derecho a portar armas, da buenos resultados en el ámbito político. La delincuencia y la violencia hoy día son los problemas más agudos para los electores latinoamericanos. Las soluciones complejas (una reforma penitenciaria o una nueva legislación antidrogas, técnica y moralmente válidas) no se traducen en apoyo electoral. Tercera: los candidatos del “establishment” parecen estar condenados. Finalmente: los candidatos de centro en AL, liberales o socialdemócratas, no han logrado lo que Trudeau en Canadá y Macron en Francia: elaborar una narrativa convincente de por qué y para quiénes quieren gobernar. Los candidatos populistas latinoamericanos -y sus homólogos de EE. UU. o Europa- proporcionan respuestas fáciles, aunque falaces. Si los moderados no aprenden a hacer lo mismo, sin engañar al electorado, seguirán siendo forraje para los tiburones populistas.