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La partidocracia: 1978 - 1996

Para entender el descalabro de 2018 hay que descifrar el pasado y, para ello, escojo 1978 como inicio. Luego de un largo período de dictadura militar, el retorno a la democracia era un anhelo ciudadano y los ecuatorianos decidimos volcarnos a las urnas para, sobre la base de una constitución escogida en plebiscito, impulsar la institucionalización de la democracia aprobando, entre otros, el régimen de partidos. El nuevo ordenamiento requería ser afiliado a un partido político para ser candidato a cualquier dignidad de elección popular. Fue así como entre 1979 y 1996 se sucedieron en el poder gobiernos de centroizquierda (Roldós y Hurtado), derecha (León Febres-Cordero), socialdemocracia (Rodrigo Borja), conservadores (Sixto Durán Ballén), y populismo (Abdalá Bucaram).

La época tuvo como actores principales a varios personajes de talla y talento en el Ejecutivo, el Legislativo, y entre las autoridades de gobierno. Sin embargo, la destitución de Abdalá Bucaram marcó el punto de quiebre de un experimento fallido. La aleatoriedad del liderazgo conspiró contra el fortalecimiento de los partidos que no pasaron de ser tiendas de presencia política y abrigo de seguidores. El cortoplacismo dominó las decisiones y no se estableció una plataforma de políticas de Estado que sentaran las bases de un acuerdo nacional. Hubo sobredosis de “vendettas”, rencillas y comportamientos infantiles. Las excusas ideológicas saltaban al tapete motivadas por la conveniencia e intereses (incluyendo los económicos) de cada quien.

La herencia económica del petrolerismo de los setenta fue nefasta. La deuda pública, superior a los $4.000 millones, había sido destinada a la compra de armamento para las tres ramas de las FF. AA., y algunos proyectos de infraestructura. Entretanto se acumularon las cuentas impagas por haber sostenido un tipo de cambio fijo por doce años. Los subsidios a los combustibles y a la substitución de importaciones se tornaron onerosos. Se produjo una enorme burbuja crediticia y la economía quedó a merced de los choques externos. El período alternó entre episodios de estrés colectivo y breves momentos de esperanza de mejores días. La carga de la deuda fue, por dos décadas, la piedra de Sísifo. A partir de 1982, el acceso al crédito externo se tornó virtualmente nulo, excepto por lo que se pudo hacer con las instituciones multilaterales. La carga fiscal puso constante presión sobre el tipo de cambio. La economía, una quinta parte del tamaño de la actual, se movió al ritmo del petróleo, cuyo precio estuvo por debajo de los $20 por barril a partir de 1986, hasta producirse la debacle de 1999.

Fueron décadas de historia mediocre. Examinaremos en otro momento la aparición de los nuevos actores y la involución de la cultura política. Revisaremos el marcado deterioro de la poca institucionalidad que había sido afianzada. Finalmente, veremos las causas próximas y las consecuencias del desastroso experimento socialista caracterizado por la abundancia, el despilfarro, la corrupción, los nuevos ricos, y la economía despezada. Quedará así revelado cómo el devenir transita entre la inflación de las expectativas y la deflación de las realidades.