
Padres en grado superlativo
Ser padre significa dar ejemplo, comprensión y cariño a sus hijos. Pero hay algunos que trascienden ese rol y se convierten hasta en salvadores
La paternidad es actitud, acción y sacrificio. Se demuestra. Tiene testigos. Es palpable. Engendrar un hijo es solo el primer gran paso, que si no se complementa con la de criar, el cuidado y la enseñanza de valores, quita el mérito de este rol.
Por el Día del Padre, EXPRESO trae a sus páginas las historias de amor y entrega de tres superpadres.
Un héroe que salvó a sus hijos de un incendio, otro que, tras la muerte por cáncer de su esposa, saca adelante a sus tres hijos y un último que entregó un riñón a la hija de su esposa, cuando estaba al borde de la muerte. La niña es su hija. Así lo sentencia él. “Yo le di la vida otra vez, una parte de mí vive en ella”.
Y aunque reconocen haber sentido miedo, dolor, angustia durante las vicisitudes que enfrentaron, hoy demuestran que el amor pudo más. “Por mis hijos salí adelante, por ellos luché cada día”, “Ellos son la fuerza, el soporte que cada mañana, que cada noche, me impulsan a seguir, no decaer. Avanzar...”, manifiestan.
“Una parte de ella vive en mí”
Los primeros años de su vida, Catherine caminó hacia el borde de la muerte. Se sometió a resonancias magnéticas y le extrajeron una muestra de la médula para descartar leucemia. Pero nadie daba con el mal que la aquejaba.
En 2011, cuando la niña cumplió cuatro años, en el hospital Roberto Gilbert le dieron el diagnóstico. Insuficiencia renal.
Tras un año de diálisis y sin resultados, su caso recibió la categoría de “código cero”. Es decir, o recibía un trasplante o moriría.
Carmen Robles lloraba. Por presentar cálculos, no podía donarle el órgano a su hija,
Su padre biológico había desaparecido apenas la niña nació. Pero otro hombre, Jorge Solís, pareja sentimental de su madre, estaba a punto de tomar como suyo aquel rol.
“Sabía que él me amaba, pero no creí que era capaz de darle el riñón”, confiesa Carmen. Él solo tenía una respuesta: “Las amo. No puedo ver a la niña sufrir”.
Luego de rigurosas pruebas, lo aprobaron como donante. Carmen aún recuerda cuando, el 12 de mayo de 2012, Jorge entró al quirófano. Desde la camilla, le alzó los pulgares, como diciendo: “Ahí voy. Todo saldrá bien”.
Fueron ocho horas de zozobra. Todo fue un éxito. La niña, ahora de 9 años, todavía asimila el órgano de su ‘papá’, como le dice a Jorge. Lo hace con una estricta lista de medicamentos que tiene que ir a ver a Quito cada dos meses y que evitan que convulsione.
“Soy su padre”, sentencia Jorge. “Una parte de mí vive en ella. Yo le di la vida por segunda vez y lo volvería a hacer”.
“Tengo tres mundos por cuidar”
Las heridas aún no se borran del todo. Las fotografías, los recuerdos, experiencias y palabras permanecen latentes. Ahí, en casa, en la mente y alma de cada uno de los integrantes de la familia. Daniel Moya tiene 37 años y perdió a su esposa Bella a causa de un cáncer en el 2014. Y desde entonces, ese mundo que hoy lo ocupan sus tres hijos, Daniela, de 12 años; Sebastián de 11 y Matías de 5, ha tomado un giro radical.
Danny, como lo llaman sus amigos o ‘superpapá’, como le dicen sus niños, aún se pregunta, entre risas, si es él quien está criando a sus pequeños o si son ellos quienes lo están criando a él. Es padre y madre las 24 horas del día. Trabaja, es ingeniero en Marketing, administra un laboratorio a nivel nacional y tiene un negocio propio.
Sin embargo jamás se pierde una reunión de padres, una convivencia estudiantil, una cena con sus hijos. “Tuve que hacer cambios de horarios. Ahora me levanto a las 04:30 a prepararles el lunch, el desayuno, los uniformes. Trato asimismo de salir a tiempo del trabajo para recogerlos en casa de mi suegra o mi madre, hacer las tareas, cenar, dialogar, jugar”. La tarea es titánica, dice. Sustituir a una madre es imposible.
Danny, que con sus ocurrencias y muestras de cariño, a decir de Daniela, se ha convertido en su confidente y el de sus hermanos, en estos tres años se ha enfocado también en ayudarlos a olvidar los estragos y el dolor que emocionalmente les dejó la enfermedad. “Estamos saliendo de todo. Y aunque no es sencillo, lo estamos asumiendo juntos. DSZ
Las adversidades no lo vencieron
Cada 1 de septiembre, Johhny Cóndor Maldonado lleva flores al sector La Virgen, situado en la vía que une Riobamba con Pallatanga. Fue ese día de 1996 que en el sitio, tras un accidente de tránsito, perdió a sus padres, esposa, abuela, hermano, sobrino y primo.
Eran cerca de las 20:00 cuando fallaron los frenos de la camioneta que él conducía. El automotor cayó a un barranco y se incendió.
A pesar de las quemaduras en el rostro, Cóndor auxilió a sus familiares. Pudo salvar a sus hijos Kevin, Diana y Verónica. También a una hermana y cuñada.
La negativa experiencia lo sumergió en la depresión y en el alcohol, incluso pensó en suicidarse.
Pero tenía que sacar fuerzas, pues en sus manos estaba el destino de sus cinco hijos (Johnny y Blanca no viajaron).
Un psicólogo del Ejército lo ayudó en las primeras terapias. Johnny se hizo una promesa: no formar otra familia hasta que sus vástagos sean profesionales.
Ellos fueron su prioridad, ser su confidente y guía.
Hoy siente que cumplió, pues sus hijos son profesionales; incluso tres de ellos siguen la rama de la arquitectura, profesión que él ejerce.
Desde el 2004, Johnny es bombero voluntario, como una oportunidad para salvar vidas. Como teniente de la III Brigada bomberil fue condecorado el año pasado. Esa mística la heredó Kevin.
Fruto de una nueva relación tiene un hijo de 4 años, de quien espera verlo como un profesional.
Sus vástagos definen a su progenitor con una sola palabra: todo.