Rescatistas y bomberos levantan los puños apretados en homenaje a un hombre que sobrevivió al terremoto, pero que murió ayer antes de que pudieran llegar a él durante la búsqueda de sobrevivientes en uno de los edificios destruidos en Ciudad de México.

Mexico afronta unido el dolor

Hace cerca de 48 horas que esperan y la cuenta regresiva es cada vez más insoportable. Pero los allegados a esos desaparecidos mostraban ayer una firme esperanza. El saldo de los fallecidos se elevaba ayer a 272.

Seis tiendas de campaña sobre la acera. Una mujer mayor, con chaleco rosa sobre sus frágiles espaldas, se seca las lágrimas frente al cartel donde están marcados los nombres de la veintena de personas atrapadas bajo los escombros de un inmueble destruido por el terrible sismo que sacudió México.

Hace cerca de 48 horas que esperan y la cuenta regresiva es cada vez más insoportable. Pero los allegados a esos desaparecidos mostraban ayer una firme esperanza. El saldo de los fallecidos se elevaba ayer a 272.

“Parece que todos los que están dentro están vivos”, asegura Samuel Torres, de 25 años, mientras contempla el montón de escombros del otro lado de la calle Álvaro Obregón, sobre la que trabajan los socorristas profesionales y militares.

Allí estaba la oficina de su amiga Karen Nallely Flores, quien trabajaba en el cuarto piso en un estudio contable. El mismo de Karina Gabriela Albarran Luna, de 30 años.

Su tío Armando habla en nombre de su hermana, demasiado emocionada como para hacerlo. “Los indicios muestran que aún hay gente allí, parece que aún están con vida. (...) La esperanza se mantiene”.

Gustavo Caballero le da la espalda a las ruinas del edificio bajo las cuales (está convencido) su padre, David, electricista de 70 años, está enterrado vivo.

“Mi papá nunca había venido aquí”, Colonia Roma, un barrio con bellos edificios antiguos y plazas arboladas, “pero vino a colocar cámaras de vigilancia con otra persona. Iban a salir a comer, pero la otra persona se adelantó para pagar el parquímetro que acababa a las 13:15 y mi papá le dijo: ‘Vete ahorita que te alcanzo’”, cuenta Gustavo en voz alta.

A las 13:14 la tierra empezó a temblar a causa de un poderoso sismo de 7,1 grados. “La otra persona agarró el ascensor y consiguió salir, pero mi papá quedó arriba”.

Al igual que otros familiares, tiene una confianza cercana a la fe: el cuarto piso era el último del edificio. “Por eso tengo la esperanza, porque nada más sería levantar una losa”. “La esperanza no la vamos a perder. De hecho, le dije a mi madre: ‘Hasta que no lo traigamos, no nos vamos’”.

Mientras habla, los puños se levantan detrás suyo. Señal universal desde hace dos días en esta megalópolis de 20 millones de habitantes para pedir silencio y así poder captar signos de vida.

Junto a otros allegados de desaparecidos, centenares de voluntarios trabajan con máscaras contra el polvo para despejar los escombros, distribuir alimentos entre los familiares y socorristas.

De repente, muchos pasan corriendo en dirección a los escombros, con vigas y tablas. “Médicos, médicos”, grita alguien un poco después, haciéndose eco de los pedidos provenientes del inmueble derrumbado.

El tiempo se acelera, algunos voluntarios corren ahora hacia las ruinas. Pero poco después las voces rompen nuevamente el silencio, los puños se bajan. Señal cruel para los allegados que siguen esperando.

El tiempo apremia porque el protocolo indica que a partir de las 72 horas se detengan las búsquedas y lleguen los bulldozers para retirar los escombros. Ya hay parientes que pasan con carteles contra las máquinas.

La Marina mexicana desmintió ayer la existencia de una menor con vida identificada como Frida entre los escombros del Colegio Enrique Rébsamen, un caso convertido en uno de los símbolos más emotivos de las tareas de rescate.

La historia de la inexistente niña Frida quedó de esta manera en la confusión que se genera en este tipo de tragedias, aunque el subsecretario de Marina, Ángel Enrique Sarmiento, dijo que sí hay “indicios” de un adulto con vida entre los escombros de la escuela.