La mala fe de los progresistas

La oficina de Naciones Unidas para los Derechos Humanos ha publicado el informe que escribió la alta comisionada, Michelle Bachelet, sobre la situación que vive Venezuela.

El informe señala lo que todos, o casi todos, sabíamos: el régimen de Maduro, desde el 2016, ha desarrollado una estrategia “...orientada a neutralizar, reprimir y criminalizar a la oposición política y a quienes critican al gobierno”. Añade que ese gobierno ha cometido violaciones a los derechos humanos: “...Las autoridades han atacado especialmente a determinadas personas y grupos, entre ellos a miembros de la oposición política y a quienes se considera que constituyen amenazas para el gobierno por su capacidad de articular posiciones críticas y movilizar otras personas”. Lo que llama la atención del informe no es la gravedad de las denuncias que realiza sino que provengan de una persona cercana con los “movimientos progresistas” de América Latina o, lo que es lo mismo, los creyentes en la ideología del socialismo del siglo XXI”.

La mala fe, es decir el autoengaño, y con ella la negación de ser persona moral no se refiere por supuesto a Maduro y a sus seguidores venezolanos. Hace tiempo que sabíamos los crímenes y los atracos de los que son responsables pese a su cansón discurso de declararse víctimas del imperialismo y a la vez inocentes por la violación de los derechos humanos.

La mala fe en cambio es la de todos los que en América Latina y fuera de ella, defienden al gobierno de Maduro y sus secuaces e insisten tercamente en hacerlos aparecer como representantes de la democracia, la lucha por la igualdad, la defensa de los oprimidos.

En este sentido el informe de Bachelet pone en una grave crisis de conciencia a todos los que se identifican con este régimen y lo siguen sosteniendo. Desde los intelectuales europeos hasta los latinoamericanos, pasando por gobiernos como el de México y el de Uruguay, que cierran los ojos en nombre de un izquierdismo declamatorio, ante los crímenes que se cometen.