El ‘brexit’ y el orden europeo

Solo quedan unos cuantos meses para que el Reino Unido oficialmente deje de formar parte de la Unión Europea. El debate en torno al ‘brexit’ se ha enmarcado principalmente en términos económicos. En caso de que el país abandone el bloque sin un acuerdo mutuo de salida, probablemente el daño sea significativo. Y como están las cosas, un acuerdo así está lejos de lograrse. Un ‘brexit’ duro significaría que a las 11:00 p. m. (GMT) del 29 de marzo de 2019 acabaría la calidad de miembro del RU en todos los tratados de la UE -como la Unión Aduanera y el Mercado Único- y los acuerdos de comercio internacionales firmados por esta. El RU se convertiría en un simple tercero, lo que conllevaría amplias consecuencias para el comercio de la UE y el caos en la frontera británica. Pero además tendrá grandes consecuencias políticas. La UE se percibe como un mercado común y una unión aduanera, pero en esencia es un proyecto político sustentado en una idea específica sobre el sistema de Estados europeo. Por eso la decisión del RU de dejar la UE tendrá un profundo efecto en el orden europeo del siglo XXI. La estrecha mayoría de británicos que votaron a favor de dejar la UE estaban preocupados por reclamar una soberanía política completa, definida en términos de su pasado como potencia global en el siglo XIX. No importa que hoy sea una potencia europea de tamaño medio, con poca o ninguna opción de volverse a convertir en potencia mundial, fuera o dentro de la UE. Si el resto del continente siguiera el ejemplo británico y optara por el siglo XIX en lugar del XXI, la UE se desintegraría. Cada país se vería obligado a volver a un engorroso sistema de Estados soberanos en lucha por la supremacía, midiendo constantemente las ambiciones de los demás. En tales condiciones, los países europeos carecerían de cualquier poder real y desaparecerían de la escena mundial definitivamente. Dividida entre el transatlanticismo y el eurasianismo, Europa sería presa fácil para las grandes potencias no europeas del siglo XXI. Los europeos ya no elegirían su propio futuro. Europa gobernó el mundo y el propio RU fue la potencia europea predominante, pero el sistema westfaliano quedó destruido por las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX, que en la práctica fueron guerras europeas por la dominación mundial. Cuando en 1945 se silenciaron las armas, los europeos (incluso los países aliados) habían perdido la soberanía en la práctica y se implantó el orden bipolar de la Guerra Fría, en que la soberanía descansaba en las potencias nucleares no europeas: EE. UU. y la URSS. La UE se concibió como un intento de recuperar pacíficamente la soberanía europea mediante la agrupación de los intereses nacionales de los Estados europeos. Su meta siempre ha sido impedir una vuelta al sistema antiguo de rivalidades de poder, alianzas recíprocas y fanfarronadas sobre quién tiene la hegemonía. La clave para el éxito ha sido un sistema continental fundado en la integración económica, política y legal, y con el ‘brexit’ ha resurgido un viejo problema: la cuestión irlandesa. Las realidades prácticas de la integración con la UE significaron que ya no importaba a qué país pertenecía Irlanda del Norte. Ahora los fantasmas del pasado amenazan con regresar, incluso con otros conflictos similares en el continente. Está surgiendo un nuevo orden mundial, centrado en torno al Pacífico, no el Atlántico. Y Europa tiene solo una oportunidad de manejar esta transición histórica; no podrá competir a menos que sus Estados estén unidos, y requerirá voluntad y destreza políticas.