Ley de Herodes
Estás en plena pichanga, pones un pase, tu pana mete gol y cuando corres a celebrar, te para el árbitro, que resulta ser funcionario del Ministerio de Deporte. Entonces te cobra el impuesto al gol. Por la calle caminando te cruzas a la pareja que se besa y te sorprendes cuando los para el burócrata, los amonesta con boleta, multa y sanción. Metes la mano al bolsillo para pagar el parqueo y te bañan mensajes de propaganda según los cuales es lógico, deseable y hasta genial que el uso del espacio público tenga que ser pagado para parquearse, porque el impuesto al rodamiento ya se pagó. Ejemplos sobran y estoy seguro que justificaciones también. El absurdo solo tiene sentido cuando se acopla de alguna forma con la realidad: la realidad de que no cesarán los pase-gol, no dejará de haber besos en público ni pueden los carros rodar sin cesar.
En nuestro país mucha gente tiene un carro, otro tanto una moto, y no menos algún tipo de propiedad inmueble. Para comparar peras con peras y sin mejores unidades de referencia, tomemos el número de hogares: 5 de cada 10 hogares tienen carro propio (hay más pero son de carga), 7 de cada 10 hogares tienen moto y 6 de cada 10 hogares tienen una casa. Pero resulta que si uno de ellos quiere redondear sus ingresos conduciendo para Uber, Cabify o para sí mismo, lo tiene que hacer en la clandestinidad, cuando no perseguido. Si quiere usar su moto o su bici el fin de semana y ganarse unos dólares con Glovo o Domicilios, es informal. Si quiere alquilarle al amigo del campo una pieza para que vacacione, ahora tendrá que pedir papeleo e irreductiblemente, ridículas licencias y tasas de por medio, convertirse en establecimiento turístico para seguir alquilando. Todos estos son ejemplos de personas que son la mayoría. La inefable película mexicana La ley de Herodes, recomendada, nos recuerda esta situación. Corrupción no es en fin de cuentas robar; corrupción es torcer algo y destinarlo para el fin que no fue creado. Y el Estado moderno no fue creado para complicarle la vida a las mayorías. El destino del Estado no es desaparecer. Pero si va siendo tiempo ya de que, a la luz de las estadísticas, el político moderno recapacite sobre lo que necesita la mayoría, vuelva conveniente su función gracias a la tecnología y lidere la transición digital.