
Estudiando el bachillerato a los 70 anos
Baltazar, sonriendo, dice que a esta edad ya no debe esconder las malas notas. Nadie le revisa, pero se esmera por obtener un 10 en cada una de las asignaturas.
El saber es poder. Y eso Baltazar Rea lo conoce muy bien. Por eso, cada tarde, de lunes a viernes, se alista para recibir clases. Sale de su casa y toma un bus que lo lleva al Colegio Fiscal Cinco de Junio, sur de Quito. Carga en su espalda una mochila azul con cuadernos forrados y membretados. Hasta ahí, es un estudiante como cualquier otro. Entonces... entra en el aula y se sienta en la primera fila junto a los demás alumnos. Hay un detalle: Baltazar ha cumplido los 70 años. No importa. El próximo mes será un bachiller de la República.
Como él, otros siete adultos mayores en Ecuador se graduarán en julio a través de la campaña ‘Todos ABC’. Y en la semana en la que se prepara para los exámenes que le permitirán cumplir su sueño, Baltazar abre las puertas de su casa a este Diario para contar su historia: un camino de sacrificio y mucho esfuerzo. No cualquier persona, a su edad, se arriesga a sentarse frente a un pizarrón, cada noche, para aprender factoreo, vectores o química. Él lo hace. Y lo ha conseguido.
Nació en Guaranda, el 5 de octubre de 1949. Tiene cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. Uno de ellos, Ángel, lo acompaña en una habitación pequeña en el tercer piso de un edificio, situado en el barrio El Beaterio. Para llegar a él hay que pasar un patio, subir escaleras, más escaleras, alcanzar una terraza y, detrás de una puerta de metal y vidrio, aparece el protagonista de este que no es cuento, sino un testimonio de “perseverancia”. No lo dice EXPRESO, lo revela una placa que recibió del colegio en junio y está firmado por la rectora Maritza Palate.
Cuando niño, Baltazar apenas pudo ir a la escuela durante un año. Debía caminar dos horas para acceder a la educación y eso lo alejó de los cuadernos y los libros. Más adelante, se dedicó a la construcción y a su familia. Lamentablemente su esposa falleció en 1983 y decidió partir de su tierra a la capital, invitado por un compadre. En Quito, continuó con su labor, pero empezó a sentirse solo, sus hijos estaban lejos de él. Y no paró. Averiguó en el Ministerio de Educación las opciones que tenía para retomar las clases que había dejado mucho tiempo atrás. Y lo logró.
En el día, trabajaba; en la noche, estudiaba en una escuela fiscal. Se graduó y de a poco ha podido llegar al tercero de bachillerato, a la cima.
Sentado en una cama de plaza y media, Baltazar abre la mochila y muestra las carátulas que él mismo, con sus manos gruesas y desgastadas de constructor, hace, porque así lo exigen los maestros. Tiene dos audífonos en sus oídos. Hay que hablarle fuerte porque ha perdido una parte de la audición. Dice Ángel, su hijo, que debe ser porque un auto lo atropelló y golpeó en su hombro y fracturó su pie.
Adora la lectura, habla de eso a cada instante. Y los libros que tiene sobre una mesa plástica y en el espaldar de su cama le dan la razón: hay un diccionario, un texto de lengua y literatura, una biblia...
Aún trabaja en las mañanas, pues debe sustentarse, pero nada ha sido una barrera para perseguir su objetivo. Ya en la tarde, va a clases (a la nocturna). A veces, por los horarios, llega tarde o se atrasa con los deberes. Pero sigue. En el aula, cuando no puede copiar lo que los profesores escriben en el pizarrón, sus compañeros, mucho más jóvenes que él, le dan una mano. Le encantan las matemáticas, multiplicar, sumar... Y lo demuestra, porque durante la entrevista saca el cuaderno y comienza a hacer cálculos con la ayuda de una vieja calculadora. Lo hace con sumo cuidado, intentando dibujar los números para que estos sean legibles.
Tiene clases de 18:00 a 22:00. Dedicado al estudio, ha podido hacer grandes amistades en el curso. No tiene un escritorio, los deberes los hace sentado en su cama o, a veces, sobre una mesa plástica. Tampoco cuenta con un computador. No se complica. Usa sus manos, como para todas las actividades que hace fuera de la escuela: lavar el uniforme, cocinar -a veces su hijo Ángel lo ayuda-, arreglar su dormitorio. Y más.
Fernanda Yépez, subsecretatia de Educación Especializada e Inclusiva, cuenta a EXPRESO que Baltazar asiste a clases bajo la modalidad semipresencial, bachillerato intensivo de diez meses cada nivel (primero, segundo y tercero). Que personas de su edad estudien es un reto, dice, porque con ellos el aprendizaje es más complicado porque muchos han dejado las aulas hace años.
Pero, detrás de ese esfuerzo, sobre todo los adultos mayores, hay una lucha. “Ustedes son los héroes y heroínas de la patria, porque nos demuestran a nosotros que nunca es tarde para aprender, que no hay barreras, que dieron su vida por un montón de procesos, dejando de estudiar, dejando de aprender por sus familias, pero ahora vieron que esa es una forma de realizarse personalmente”, afirma Yépez.
Con 1,60 metros y 45 kilos, Baltazar busca entre la ropa arrumada su uniforme. Se pone, lo luce, modela. No deja de sonreír. [Su hijo, “orgulloso” de ver cómo su padre ha podido superarse, lo sigue con la mirada]. Él no sabe si hará fiesta de graduación. Lo que sí tiene claro es que con el título espera conseguir un trabajo. Aspira a más. Para eso ha estudiado. Se despide y su rostro se escabulle detrás de la misma puerta metálica, para aguardar otra jornada escolar. Está a un pasito de cumplir la misión.
“Nunca es tarde para aprender”
Fernanda Yépez, subsecretaria de Educación Especializada e Inclusiva, explica que el Ministerio de Educación, desde 2011, tiene un proyecto que atiende a personas jóvenes y adultas en situación de escolaridad inconclusa. En 2017, anclado a este mismo plan, se diseñó la campaña ‘Todos ABC’, a la que pertenece ahora Baltazar (y otros 24.276 adultos mayores). Una de las innovaciones es la reducción en el trayecto educativo: una persona que no sabe leer ni escribir podría culminar el bachillerato en cinco años y medio. Eso sí, con las mismas habilidades y destrezas que necesitan para ello, porque, aún con este apoyo, deben rendir la prueba ‘Ser bachiller’, que es estandarizada para todos. Además, los jóvenes y adultos cuentan con material propio, pero los contenidos curriculares siguen siendo los mismos.
Para ingresar a ‘Todos ABC’ no hay límite de edad, en los proyectos de jóvenes y adultos anteriores sí lo había. Y otra cosa, recuerda Yépez, actualmente se cuenta con 3.500 docentes atendiendo exclusivamente esta campaña.
“Cualquier logro educativo que ellos lleguen a tener es un tema de reivindicaciones de derechos... nunca es tarde para aprender”, señala. Añade, por otro lado, que la mayor cantidad de gente que es analfabeta en Ecuador está en los rangos más altos de edad.