Juan Belmonte, llamado el Pasmo de Triana, fue un matador de toros español, probablemente el más popular y considerado por muchos como el “fundador del toreo moderno”.

El despertar de la plaza Belmonte

Teresa Reinoso nos traslada a las fiestas que hacía 50 años llenaban de colores este sitio tradicional... la historia se remonta a 1920, cuando fue inaugurado en Quito.

Plaza Belmonte, Quito. 1956. Suena un albazo del Dúo Benítez Valencia. Por los parlantes anuncian un evento en el ruedo: el concurso de baile. “¡Ya empieza!”, dicen. Mientras, las mujeres, con vestidos que llegan hasta los tobillos, caminan por los alrededores de la plaza sosteniendo el brazo de sus chullitas... Teresita Reinoso, con 16 años y pasmosa elegancia, ha entrado a Belmonte. Es una concursante. Y ahora se alista para zapatear con su esposo, Luis Alfredo Gallegos, en una fría y especial noche que quedaría grabada para siempre...

Más de medio siglo después, Teresita, ahora con 80 años (y particularmente bien conservada), abre las puertas de su casa, en La Tola, a minutos de Belmonte, a este Diario para escudriñar en el baúl de sus recuerdos todo acerca de ‘la plaza del pueblo’ ahora que el alcalde de Quito, Jorge Yunda, ha anunciado que pretende repotenciarla con actividades culturales, turísticas y eventos musicales, deportivos... Y cero corridas de toros. Con ello, la estocada final a la tradición taurina.

No es una idea tan nueva como parece. EXPRESO accedió, en el Archivo Metropolitano de Historia, a los documentos sobre la creación de esta plaza. Construida por Abel Guarderas Murillo en San Blas (La Tola), fue inaugurada en el año de 1920. Entonces, ya tenía varios propósitos (no solo espectáculos taurinos): circo, teatro y se escenificaban bailes. Lo sabe muy bien Teresita, de temple único, que, sin reparo, viaja al pasado para revivir aquel sábado de 1956.

Lista para bailar, bajó al ruedo. Nerviosa, miraba a las 200 o 300 personas que habían llegado para el show. Calzaba unos tacones de aguja, usaba un vestido “amplio” -a la moda en ese entonces- y a su lado, su esposo Luis (hoy ya fallecido). La plaza estaba adornada con cadenas, papel (seguramente celofán, pero ella no recuerda) rojo, amarillo... Entonces arrancó la competencia. Teresita se movía, su marido la acompañaba; ella hacía piruetas, él la sostenía entre sus brazos... hasta que terminó. De entre más de seis parejas, los dos se consagraron como los campeones del torneo. Inolvidable. Ni sangre ni dolor. Así se vivía hace 50 años en la plaza.

Abelito Guarderas era uno de los grandes gestores de eventos. Incluso, revela la historia, fue el padrino de muchos niños del tradicional barrio. En el texto ‘La Tola, memoria histórica y cultural’ se menciona que los concursos de baile (sanjuanitos, pasodobles, tangos) se hacían con bandas de pueblo de Nayón, Zámbiza, Guápulo... y con la famosa ‘Chochos de la Magdalena’. La banda que ganaba se tomaba la plaza y se amanecía allí tocando. Los disfrazados imitaban personajes del barrio.

“Para entender a todos sus habitantes, las bandas se repartían entre unos y otros rincones de la ciudad. Pero había un lugar clave en el festejo: Belmonte, la plaza del pueblo de Quito”. Y don Abel, quiteño, promovía los concursos.

De las fiestas de los Inocentes ni hablar. Eran las más célebres y populares: salía la gente a la plaza, se disfrazaba y ahí surgían los mejores chistes y bromas, según el libro ‘La cultura popular en el Ecuador’.

Tuvo frecuente uso hasta que se construyó la plaza Arenas, en la calle Vargas, al pie de la basílica del Voto Nacional. Al parecer, había un convenio para que mientras en la Arenas se daban corridas, en la Belmonte se presentaban otro tipo de espectáculos como boxeo y circos, según el texto ‘Quito, guía arquitectónica’, de Alfonso Ortiz, quien en su momento fue cronista de la ciudad.

Dice el libro que con la construcción de la plaza de toros moderna en Iñaquito, la decadencia de las dos fue total: la plaza Arenas se convirtió en un mercado de materiales de construcción; la Belmonte terminó en “fábrica de muebles” de uno de los herederos. Posteriormente, la Municipalidad la adquirió “abandonándosela irresponsablemente hasta que no quedó nada, ni la nostalgia”.

Ortiz explica a EXPRESO que la plaza tenía una cubierta de teja con una estructura de madera. Pero esta se vino abajo. “Se fue destruyendo lentamente”. Cuando se propuso la reconstrucción de Belmonte se hizo una interpretación moderna con cemento. La intervención, dice, fue del arquitecto Guido Díaz Navarrete.

Mauricio Gallegos, dirigente barrial de La Tola y gestor cultural, asegura que la plaza Belmonte es un legado histórico para la ciudad. “Desde que tengo uso de razón he visto procesos de cambio. Sin embargo, no se ha dado un uso continuo desde la comunidad, sino más bien ha sido un tanto aislado”.

Cuenta que años atrás esa plaza fue entregada a un grupo de danza. “Si bien puede ser bueno en ciertas ocasiones, no ha contribuido con manifestaciones culturales artísticas”. Y aunque existe expectativa de la comunidad sobre la repotenciación de la plaza, sí preocupa que este lugar tan importante no le sea devuelto al barrio.

Doña Teresita asegura que si se retomaran los eventos que hace medio siglo llenaban la Belmonte, aquella esencia tradicional volvería a aromatizar La Tola y el Centro Histórico. Sin toros (aunque reconoce que antes se “disfrutaba” de ello), pero sí con fiestas de colores... para no seguir sintiendo la melancolía de verla olvidada cada vez que pasa por allí.