Los costos del cambio ambiental

Estos últimos años, en el mundo ha crecido (y con razón) la preocupación por las posibilidades catastróficas derivadas del calentamiento global y otros cambios ambientales antropogénicos (inducidos por el ser humano). Pero uno de los riesgos más graves pasó casi inadvertido: la amenaza sanitaria. La inquietud por el efecto que pueda tener en el planeta un aumento de la temperatura global sobre los niveles preindustriales está totalmente justificada, así como el malestar de muchos ante el padecimiento desproporcionado de los más pobres del mundo, mientras Estados Unidos, el segundo mayor emisor de dióxido de carbono del planeta, aparentemente ha decidido eludir sus responsabilidades. Pero pocos piensan en las consecuencias sanitarias del cambio ambiental antropogénico, en momentos en que la calidad de vida de las generaciones futuras se está hipotecando en aras del lucro. Estas consecuencias son especialmente visibles en los mercados emergentes de África, Asia, América latina y Europa. El crecimiento veloz y el aumento de ingresos llevaron a mejoras inéditas en nutrición, educación y movilidad social. En los últimos 35 años, países como Brasil, China, India, Indonesia, México, Rusia, Sudáfrica y Turquía hicieron grandes avances en desarrollo humano. Pero a menudo este progreso se logró con escasa consideración de la estabilidad de los sistemas naturales. La contaminación de alrededor de la mitad de las reservas mundiales de agua dulce, la desaparición de más de 2,3 millones de kilómetros cuadrados de bosques desde 2000, la mala gestión de los residuos sólidos, la pérdida de especies a gran escala, la destrucción de hábitats y la sobrepesca están eliminando los recursos mismos que necesitamos para sobrevivir. Los seres humanos estamos cambiando el ambiente natural en forma tan drástica (y autoperjudicial) que los científicos creen que más o menos en 1950 entramos a una nueva edad geológica (el “Antropoceno”) caracterizada por niveles de contaminación planetaria nunca antes vistos. Reparar los sistemas naturales de la Tierra y restaurar la salud de las poblaciones más vulnerables del planeta es posible. Pero para lograrlo se necesitan cambios radicales a las políticas ambientales, económicas y sociales. Estos ajustes serán difíciles de manejar en lo estructural, e incluso más difíciles de promover en lo político. Pero hay una buena noticia. La gestión responsable del medioambiente es compatible con el crecimiento económico, el progreso social y la estabilidad política. Esto vale incluso para los países más pobres cuando aplican políticas ambientalmente razonables promotoras de modelos de desarrollo saludables y no destructivos. Las decisiones miopes, como la que tomó el gobierno de Trump al retirar a EE. UU. del acuerdo climático de París, pueden llevar al mundo en la otra dirección. No podemos permitir que eso suceda. Los países que siguen en el acuerdo deben trabajar en forma conjunta para resolver los desafíos ambientales del mundo, con especial atención a los costos sanitarios de la inacción. El único modo de corregir la trayectoria actual es que todos los países acepten que el crecimiento económico y la gestión responsable del medioambiente pueden coexistir. Foros globales como el G20 y las Naciones Unidas pueden ser canales fundamentales para la promoción del desarrollo sostenible. En particular, se necesita una mejor integración entre las estrategias de promoción de la salud y el bienestar, y las políticas ambientales de nivel local, nacional e internacional.