Cosmetica de ajuste
Sin desconocer los esfuerzos del Gobierno por buscar alternativas para enderezar la economía en un contexto de altísimo endeudamiento, asfixia por la falta de fuentes de financiamiento y de exigente e inaplazable gasto público, resulta aparentemente insuficiente la propuesta de ajuste anunciada.
A cuatro meses de cerrar el año, faltan más de 4.000 millones de dólares para cubrir las necesidades de Ecuador. Y, por más expectativa que despierte el recorte en ministerios o en efectivos de seguridad, eso no equivale al ingreso de recursos frescos. Y ese es el principal desafío del país. O aumentan los ingresos o se reducen los gastos. Pero el cierre del año requiere de dinero.
Hasta ahora, recurrir a más endeudamiento tenía un bloqueo legal y de facto. El nuevo Gobierno no podía exponerse, como el anterior, a una auditoría de control que determine la irresponsabilidad de endeudarse más allá del 40 % permitido por la ley. Tampoco había prestamistas que hubieran querido contribuir al exceso si la ley no amparaba. Como ejemplo está el mordisco en el préstamo que desembolsó el FLAR a Ecuador, pese a haberle concedido una cifra mayor con anterioridad. Por último, los siempre interesados mercados internacionales, que compensan el riesgo que asumen al financiar a un país con dificultades obteniendo más ventajas en la devolución, no eran el mejor aliado para Ecuador con miras a largo plazo.
Lo que ha cambiado es que, con la ley de fomento productivo, se levanta el bloqueo al endeudamiento nacional. El Estado ya puede acceder a él, sin oscuridades ni cuestionamientos, siempre que cuente con el visto bueno de la Asamblea. Es decir, se abrió la llave del financiamiento de nuevo.
Eso explica que el mensaje lanzado el martes por la noche tenga más de efecto llamada que de verdadero ajuste al gasto. Como una concesión cosmética para los multilaterales y mercados, Ecuador dijo abiertamente que está dispuesto a atajar su gasto. Pero, en la práctica, no se espera mayor impacto sobre la cuenta corriente. Es una apuesta a futuro, que sigue manteniendo la incógnita sobre el presente inmediato. El dilema es que no hay tiempo que perder. Y de eso han pasado ya 16 meses.