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CAL. Último paso antes del golpe: Guadalupe Llori se resigna a ceder la Presidencia a Virgilio Saquicela. La trama judicial no cambiará las cosas.Henry Lapo/EXPRESO

La conspiración va y Lasso da papaya

En el momento en que renunció a la muerte cruzada, el presidente cedió la Asamblea y el CPCCS a los conspiradores

El presidente Guillermo Lasso se jacta de que puede gobernar sin la Asamblea. Lo dijo el día en que    se echó para atrás en su decisión de ir a la muerte cruzada y lo repitió esta semana en su entrevista de los martes: “lo que pase en ese hemiciclo -masculló con desdén, como si el Poder Legislativo fuera el cuarto en el que se reúne- es problema de ellos”.    Ese mismo día, por la tarde, abrió las puertas de Carondelet para recibir a los sindicatos y otros grupos sociales que acudían a su invitación para ponerse de acuerdo en las reformas laborales. Reformas laborales que el Gobierno necesita con urgencia para cumplir sus promesas de creación de empleo y para justificar su gestión económica ante sus acreedores. Reformas laborales que precisan, sí o sí, de un consenso en esa Asamblea sin la cual dice Guillermo Lasso que puede vivir tranquilamente. Y este no es sino el menor de sus trampantojos: está claro que el presidente ha llegado a un punto en el que habla por hablar, punto a partir del cual es lícito no tomarlo en serio.

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Lo cierto es que más cerca está la Asamblea de vivir sin el presidente que el presidente de vivir sin la Asamblea. Hace un mes apenas, el 9 de marzo pasado, 104 votos se juntaron en el hemiciclo de marras, ese hemiciclo que es “problema de ellos”, según Lasso, para decirle que no a la ley tributaria del gobierno y exigir al Consejo de Administración Legislativa que inicie el trámite para su derogación. ¿Problema de ellos? 104 votos es un número bastante peligroso: son doce más de los que se necesitan para echar al presidente y en esta ocasión se consiguieron con una facilidad pasmosa. Y eso que faltaron los de la Izquierda Democrática.

Hay los votos. Ya juntaron 104 votos para rechazar la reforma tributaria del Gobierno. Y eso que faltaron los de la Izquierda Democrática. Parece que tumbar a Lasso no es tan difícil.

Lo que no se entiende de la estrategia del gobierno, en caso de haber una, es su alegre disposición a poner todo el poder en manos de los conspiradores que lo acosan. Prácticamente sin reservas. De haber decidido la muerte cruzada y, por tanto, el cierre inmediato de una Asamblea denunciada por ineficiente y corrupta (hubo un momento en que solo les faltaba decidir si lo anunciaban un viernes o un lunes), el presidente saltó sin solución de continuidad a ceder todo el control de la situación a esa misma Asamblea ineficiente y corrupta donde se reservó el dudoso privilegio de ocupar el puesto de última rueda del coche. De la posibilidad de aprobar por decreto las reformas económicas urgentes que tiene en carpeta, pasó a la certeza de que se las rechacen todas, salvo acuerdo de impunidad inconfesable y secreto firmado bajo la mesa. El Gobierno no solo se quedó en abrumadora minoría en la Asamblea, sino que perdió el control del CAL. No solo perdió el control del CAL, sino que acaba de expulsar de la bancada oficialista al tipo que seguramente sustituirá a Guadalupe Llori en la Presidencia: el tiranuelo doméstico Virgilio Saquicela.

Mientras tanto, el exlegislador y nuevo ministro de Gobierno Francisco Jiménez monta un sainete inverosímil para la galería. Jiménez es uno de aquellos políticos que se sienten cómodos bajo la mesa, donde no tiene que hacerse cargo de nada. No se hace cargo, por ejemplo, de haber defendido y apoyado los acuerdos de impunidad con el correísmo y el Partido Socialcristiano, acuerdos de los que el Gobierno se arrepintió a tiempo. Que había que revisar los procesos contra los correístas prófugos y presos por corruptos, proponía en aquel entonces. Hoy lo justifica diciendo que hablaba como abogado, no como político: “Tengo veinte años como abogado -dijo en una entrevista con 4 Pelagatos- y lo que he respondido automáticamente durante esos años, cada vez que me han preguntado sobre un proceso, es: bueno, déjame revisarlo”. Todo un prestidigitador de la retórica, el ministro de Gobierno: admite que tiene dos caras y lo hace parecer una virtud.

Ahora, mientras el presidente de la República dice que piensa gobernar sin Asamblea, Jiménez declara que su prioridad es conversar con la Asamblea. Habrá que ver si como abogado o como político. “Yo tengo la intención de reunirme con los jefes de bancada próximamente -dijo en RTS-, lo que pasa es que, bueno, la Asamblea ha estado un poquito complicada, entonces ha sido un poco dificultoso ponernos de acuerdo para una agenda. Pero lo he dicho desde el comienzo, desde que asumí mis funciones: entre una de mis prioridades está reunirme con los jefes de bancada de la Asamblea para trazar una agenda legislativa. Como todavía están en ese tema de las autoridades, el tema de la agenda se ha demorado un poco”.

Prioridades. Dice el ministro de Gobierno, Francisco Jiménez, que la agenda legislativa queda en suspenso hasta que los señores conspiradores terminen de alzarse con todo.

La capacidad de hablar babosadas de los políticos sinuosos como Jiménez deja sin aliento. Lo que está diciendo aquí el ministro de Gobierno es que en la Asamblea hay una conspiración en marcha: “ese tema de las autoridades” balbucea, pero se refiere a las intrigas para deponer a Guadalupe Llori, repartirse las mesas legislativas, tomarse la Comisión de Fiscalización, asaltar desde ahí el Consejo de Participación Ciudadana y nombrar las autoridades de control que garanticen la impunidad de los conjurados. Hasta que eso no termine de resolverse, dice el ministro, la agenda legislativa (a saber: la ley de seguridad pública, la de comunicación, la de inversiones, las reformas tributarias y las laborales, en suma: el gobierno del país) queda en suspenso. Siempre estuvo Jiménez a favor de un acuerdo de impunidad con los corruptos. Parece que encontró la mejor manera de ejecutarlo: dejarles hacer.

Claro que, para cuando los conspiradores hayan terminado de alzarse con los despojos del Estado, la agenda legislativa de la que habla el ministro tendrá el mismo valor que la suerte de su Gobierno: uno bastante cercano a cero. Salvo que el presidente guarde un insospechado as bajo la manga (que no bajo la mesa), su suerte quedó escrita en el momento en que renunció a la muerte cruzada y entregó el poder de la Asamblea y el acceso al Consejo de Participación Ciudadana y a los organismos de control a los grupos políticos que conspiran en su contra. Esto es un golpe constitucional que bien podría concluir (y con votos de sobra, como se ha visto) con la destitución del jefe de Estado. O no. Basta con reducirlo a guiñapo. Al fin y al cabo, Lasso da papaya.

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En la ejecución de un golpe de Estado constitucional, dice Curzio Malaparte, hay que contar hasta con los amanuenses. No podía ser más cierto en el caso de la conspiración en marcha en la Asamblea Nacional: si los conspiradores tuvieran el control de la secretaría, hace rato que Virgilio Saquicela sería presidente. Lo sería, exactamente, desde el jueves anterior a carnaval, cuando Guadalupe Llori perdió el control del Pleno, suspendió abruptamente la sesión y él, Saquicela, no pudo instalarla de nuevo porque Álvaro Salazar, el secretario, lo dejó a su suerte.  Este miércoles se lo cobró: vulgar, groseramente. “Usted está aquí para leer lo que le ordena”, le dijo. Lo cual es mentira, pero muestra de cuerpo entero la estatura de este personaje y de lo que es capaz con un metro cuadrado de poder.