Clic

Recibí una crítica el otro día. Quizá porque así son los chats de Whatsapp, me agarraron, en lenguaje manaba, de esquina pa’mear por reenviar una noticia sobre un tema serio, tomada de una página web con una no tan seria reputación.

No me avergüenzo por navegar en redes adolescentes de probada credibilidad, o en medios que no pretenden cuadrársele a la ciencia o a la verdad. Sabiéndolo de antemano, me es interesante porque siento que me mimetizo con la mayoría. Si los datos de consumo de contenidos digitales son indicativos de algo, sabemos que la mayor parte de la gente consume sin beneficio de inventario los titulares y contenidos que les atraen. No pudiendo discriminar el impulso de la razonada preferencia, las estadísticas dicen que escogemos de forma más intuitiva y menos razonada que lo que quisiéramos creérnoslo. En la sala de espera, en el bus o en el tiempo muerto leemos, escuchamos y observamos más con el dedo que hace clic que con la razón.

En círculos profesionales y académicos especializados hay rasgamientos de vestiduras bajo el argumento de que los pseudomedios y las noticias falsas con titulares atractivos son el caldo de cultivo para una era de la posverdad; que alimentan el populismo, o tantas historias que los “expertos” nos congratulamos de pensar y contar, con lenguajes cada día más sofisticados y antipáticos.

Y así, los que nos consideramos expertos perdemos audiencia por millones. Por eso me alineo con Nabokov y extiendo su reflexión sobre la literatura a todo consumo de contenidos: no es el análisis, ni la puesta en contexto sociológico, ni las razones universales que se entienden con el cerebro las que nos deben guiar en la producción de contenidos. Nabokov decía que la buena literatura no se lee con la cabeza, sino con la espina dorsal. Que esa atrae, envicia, apasiona; mueve a las personas, les habla a sus emociones.

Los expertos, los columnistas, los grandes medios, y todos los que producimos contenidos (a la postre, ¿quien no?) debemos aprender lo que nos enseña el ‘big data’ si queremos tener alguna, bien sea mínima, relevancia social.