Chartres la biblia de cristal

Chartres la biblia de cristal

Carlos Pascual,El País, Especial para SEMANA

Era más importante que París. Eso sí, en tiempo de los romanos. Hoy Chartres cuenta apenas con 40.000 habitantes, pero no va a menos. Al contrario, muchos parisienses prefieren vivir aquí, a 80 kilómetros de la capital, con mejor calidad de vida y tardando lo mismo en llegar al trabajo que si habitas en la ‘banlieue’ (los suburbios). De la época romana no queda nada. Mejor dicho, sí: un santuario a las afueras, donde se proyecta crear el nuevo museo arqueológico. De la época medieval queda todo, aunque no se vea. Se ven iglesias, callejuelas, algunas casas de entramado. Pero toda la ciudad baja conserva el esqueleto de la Edad Media, aunque los edificios estén enfoscados o rehechos. Y por supuesto está la catedral gótica, una de las más bellas del mundo, en la parte alta. Luminosa y oscura a la vez, llena de vitrales y misterios ocultos. Chartres, a primera vista, parece un pueblo. Pero es un enclave mágico. Y no precisamente por fuerzas telúricas y esotéricas: la magia está en la luz.

Paseo matinal

Existen, pues, dos ciudades: la alta y la baja. En el filo de ambas, la Casa del Salmón aloja la oficina de turismo. Allí se puede adquirir el Chartres Pass o apuntarse a alguno de sus circuitos guiados.

Es mejor aprovechar la mañana, por la luz, para explorar la ciudad baja y las riberas del Eure. Bajando la Rue du Bourg, enseguida topamos con casas de entramado en la Rue des Écuyers. Siguiendo esa calle llegaríamos a Saint-Aignan, iglesia gótica con valiosas vidrieras. Pero bajemos hasta el río. Allí nos sorprende San Pedro, que es como la ‘otra’ Catedral; de un gótico más evolucionado, más aéreo, pero con vitrales más tardíos.

A orillas del río, por las rues de la Foulerie y de la Tannerie, nos asaltan vistas impagables, con puentes, lavaderos, molinos, patos... Un poco más allá, la antigua colegiata de San Andrés es ahora sede de conciertos y exposiciones. Por tertres (escaleras) y callejuelas de sabor medieval, orillando la casa románica, decana del catastro, ascendemos de nuevo a la meseta que corona la Catedral.

Tres iglesias en una

La Catedral de Chartres esconde tres iglesias (se puede solicitar la visita a las criptas en la oficina de turismo). La iglesia baja, románica, y la iglesia que estaba encima, que se quemó en 1194; enseguida se inició el actual templo gótico, que se acabó en solo 40 años. Eso da unidad no solo al perfil de la piedra, también al conjunto de vitrales. Único por esa homogeneidad y antigüedad (aunque otras catedrales puedan disputarle récords; aquí, las 172 vidrieras ocupan solo 2.600 metros cuadrados, pero son todas de los siglos XII y XIII). En el año 876, el nieto de Carlomagno regaló un relicario con el velo de la Virgen, que se conserva. De ahí la afluencia de peregrinos. Estos ven en el pavimento de la nave central un laberinto. Los hubo en otras iglesias, y han dado pie a muchas fantasías. Tal vez solo se trata de un símbolo, el camino que debe seguir el bien para vencer al mal. J. K. Huysmans, en su novela ‘La catedral’ (1898), estudió esos simbolismos. Pero mentes más fogosas, como la de Louis Charpentier (‘Les mystères de la cathédrale de Chartres’, 1966), han convertido este templo en un avispero de claves ocultas que siguen seduciendo a peregrinos heterodoxos.

No fue tal Charles Péguy, el escritor que hizo dos peregrinajes a pie para rogar por su hijo y que un año antes de morir en las trincheras escribía ‘La Tapisserie de Notre-Dame’ (1913), donde incluye poemas dedicados a Chartres. La ruta Péguy de París a Chartres acompaña sus pasos con tintes laicos y literarios. La Catedral ha inspirado a numerosos autores, como por ejemplo a James Baldwin en su novela ‘Otro país’: “Toda la belleza de la ciudad, toda la energía de las llanuras y todo el poder y la dignidad de la gente parecían haber sido succionados por la Catedral. Era como si la Catedral demandara, y recibiera, un perpetuo sacrificio viviente”.

Granero de Francia

La Catedral es un mundo, con más de 5.000 figuras trepando pórticos y vidrieras que nutren el espíritu. Pero el cuerpo reclama lo suyo, hay que reponer fuerzas. A la región de Chartres, la Beauce, se la llama ‘el granero de Francia’.

Con su pródigo cereal se fabrica una cerveza artesanal, L’Eurélienne, rubia o tostada, que puede servir de aperitivo. También el bocado más típico, el paté de Chartres, usa cereal como corteza y se presenta como un panettone.

El mejor lugar para degustarlo es Le Geôrges, restaurante gastronómico, y La Cour, brasserie más asequible, del hotel Le Grand Monarque. Otros sitios donde probar platos típicos de la zona son Les Feuillantines y, al pie de la Catedral, Le Parvis y el nuevo Café Bleu.

Fiesta de la luz

La ciudad alta es la nueva y no carece de encanto. Sobre todo si busca golosinas, como le sablé de Beauce (pastas) o mentchikoff (chocolate con merengue). Tienen buen surtido. Conciertos no faltan, sobre todo de música antigua. En el Théâtre de Chartres puede ver ballet. Hay festivales, como ‘Chartres en lumières’: cada noche, de abril a octubre, 30 puntos son un espectáculo (gratis) de luz y sonido. Cerca de la estación de tren avanzan obras para hacer un polo de ocio, con auditorio, centros comerciales, cafeterías y restaurantes. Chartres no duerme en el pasado.

Arte del vidrio

Junto a la Catedral, la antigua Casa de Diezmos se convirtió en el Centre du Vitrail, que es museo, centro de estudio, taller de restauración y sala de muestras de artistas del vidrio. Arriba (allí el obispo conservaba el grano) fue reconstruida; la cava (donde recogía el vino) guarda sus románicas bóvedas. Al lado, el palacio del obispo, de lindos jardines, es el Museo de Bellas Artes. Tiene instrumentos musicales, antiguos y recreados a partir de las figuras de la catedral, y la donación de la viuda del pintor Fauve De Vlaminck. Hay pinturas de Soutine, otro artista afincado en la región.