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Pedro Sánchez, presidente de España.EFE

España a la sombra de Sánchez

Bajo la postal de las terrazas en Madrid y los callejones de Sevilla, se esconde una inquietud política persistente

España, ese país que para muchos ecuatorianos representa estabilidad, trabajo y refugio, vive hoy una paradoja. Bajo la postal de las terrazas en Madrid, los callejones de Sevilla y las playas de Valencia, se esconde una inquietud política persistente. La bella España —donde nuestros compatriotas han trabajado con esfuerzo, otros han invertido en negocios y propiedades— ya no es solo una vitrina europea. Es también un espejo donde se reflejan las tensiones de Latinoamérica: polarización, acusaciones cruzadas y una cada vez más visible sombra de corrupción.

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El gobierno de Pedro Sánchez, lejos de ser un ejemplo de serenidad institucional, atraviesa una tormenta. Acusaciones de tráfico de influencias, contratos amañados y favoritismo familiar golpean su administración. Su exministro José Luis Ábalos quedó involucrado en una trama de corrupción vinculada a adjudicaciones de obras públicas. Santos Cerdán, hasta hace poco su mano derecha en el PSOE, fue señalado por presunto cobro de comisiones ilegales y conversaciones comprometedoras registradas por la Guardia Civil. Incluso el entorno íntimo del presidente ha sido salpicado: su esposa y su hermano están bajo investigación por supuestos casos de trato de favor y tráfico de influencias.

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Begoña Gómez (esposa de Sánchez) dirige una “cátedra extraordinaria” en la Universidad Complutense —un puesto creado en colaboración con entidades externas— sin contar con titulación oficial, lo que ha generado dudas sobre la transparencia del proceso. El juez que investiga su caso también ha puesto el foco en contrataciones irregulares de personal vinculado a su entorno, en medio de contratos públicos a las entidades con las que colaboraba.

Prevaricación y tráfico de influencias

Por su parte, David Sánchez (su hermano) será juzgado por presuntos delitos de prevaricación y tráfico de influencias, al haberse creado un puesto a medida para él en 2017 en la Diputación de Badajoz. Aunque la Fiscalía pidió el archivo, la jueza instructora insiste en que hay pruebas suficientes. También se lo acusa de beneficiar a personas cercanas, entre ellas a un exasesor con trayectoria política. David Sánchez renunció en febrero, pero la causa sigue adelante con una posible pena de hasta tres años de prisión.

Frente a esto, Pedro Sánchez ha decidido no dimitir. Se escuda en que toda crítica proviene de una “extrema derecha desestabilizadora” y responde con un plan anticorrupción firmado junto a la OCDE. Este plan —con medidas como auditorías externas a partidos, uso de inteligencia artificial en contrataciones públicas, decomiso anticipado de bienes y una agencia de integridad— suena loable sobre el papel. Pero la duda persiste: ¿es un verdadero intento de sanear las instituciones o un gesto populista para salvar su capital político y evitar su caída?

España intenta aún sanar sus cicatrices históricas. El franquismo dejó una huella que, aunque lejana, sigue dividiendo el debate. No solo la extrema derecha lo invoca: desde las izquierdas también se ha mantenido viva la imagen del franquismo y de la guerra civil como argumento emocional para blindarse ante críticas y desviar la atención. Cada conflicto se polariza. Cada escándalo se reinterpreta como un ataque ideológico. La narrativa de Sánchez, hábil comunicador, ha convertido el “todo es culpa de la ultraderecha” en un escudo ante cualquier imputación. Pero la corrupción no distingue entre izquierdas y derechas. Y la ciudadanía, que ha extendido su confianza a la socialdemocracia, podría estar cansándose del doble discurso.

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En el fondo, esta España que alguna vez quiso ser el corazón institucional de Europa, parece girar hacia coordenadas más latinas: crispación constante, judicialización de la política, clientelismo y retórica salvadora. ¿Es Sánchez un último intento del socialismo de mantenerse en pie en una Europa en transformación? ¿O un político atrapado en su propio relato, que ha preferido blindarse con discursos antes que asumir responsabilidades?

La corrupción, como el humo, siempre se filtra. Y aunque España aún conserva contrapesos democráticos sólidos, ya no basta con promesas: se necesita confianza. Y esa, en los pasillos del Palacio de la Moncloa, está más fracturada que nunca. Quizá la verdadera rendición de cuentas no se mida en ruedas de prensa, sino en la memoria democrática de los pueblos.

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