Editoriales

Nos tratan de tontos

Pero, visto lo visto, la credibilidad de las autoridades y su legado como político y persona importa menos que ejercer un cargo altísimo que termina quedándoles grande.

Vale que el votante se mueve en un altísimo porcentaje por impulsos personalísimos y no por estudiar concienzudamente el programa electoral de cada candidato; vale que saltan tantos casos de corrupción que el hastío ciudadano termina convertido en apatía e indiferencia; vale que las propuestas populistas -pese al difícil aterrizaje pragmático- consiguen movilizar a simpatizantes. Pero, por favor, no traten a los ciudadanos con condescendencia y mentiras. Respeten la inteligencia de los ecuatorianos, señores candidatos.

Ese baratillo de ofertas de última hora, irrealizables sin un altísimo perjuicio para la estabilidad económica y para la polarización social, solo dejan en evidencia la mermada talla de la clase política. Para llegar al poder no hay que estafar, no hay que engañar, no hay que engatusar. Podrá ser un método eficaz. Quizá. Las urnas, a veces, han aupado estas prácticas y, otras veces, las han castigado. Pero con o sin resultado exitoso, habla mal de quienes aspiran al poder.

No habría mayor honor que servir al país en el que uno nace. No habría mayor responsabilidad. Pero, visto lo visto, la credibilidad de las autoridades y su legado como político y persona importa menos que ejercer un cargo altísimo que termina quedándoles grande.