Estado de Parálisis

Cuando el Estado de Parálisis se instala en la sociedad, los hechos y las cifras se vuelven -exagero para ilustrar- invisibles. No afectan...
En medio de la que -hasta ahora, al menos- es la más insulsa campaña electoral del presente siglo, Ecuador mira la creciente capacidad del régimen para no inmutarse por nada. Como ya se va…
Aquí, en el planeta Tierra, entre Colombia y Perú y echando hacia el mar Pacífico, hay un país que se desangra y no parece darse cuenta. Un país que ha normalizado la violencia en casi todas sus esferas. Que lo hagan los ciudadanos es preocupante, triste; que lo hagan el Estado y el Gobierno que los representa, es infame.
Hay un síntoma del deterioro que es el más grave de todos: un problema deja de percibirse como tal cuando nos acostumbramos a él. Es perder un brazo y lograr con el tiempo vivir sin extrañarlo, sin necesitarlo. Eso pasa con la violencia y sus múltiples tentáculos: hoy no la vemos, casi…
Cuando eso se instala en la sociedad, los hechos y las cifras se vuelven -exagero para ilustrar- transparentes, invisibles. No afectan. ¿Qué logro si digo que Ecuador dobló de un año para el otro el índice de sus muertes violentas? ¿En qué aporto si muestro cifras del desamparo en esa industria que hoy se riega hasta por las zonas más marginales porque “la vacuna ya es de todos”? De hecho, se me escapa decirles que, en los asentamientos más precarios de Guayaquil, también ‘vacunan’ los narcos… A un vendedor ambulante le cobran por ‘seguridad’; a un profesor fiscal de la zona, por dejarlo pasar hacia su escuela: la vacuna del peaje… Están a nada de cobrar impuesto por el derecho a respirar.
¿De qué sirven los datos? ¿De qué el enterarnos que antier se mataron a balazos por controlar el servicio de moto lineal en la Balerio Estacio?
Sirven, aún creo, para recordarnos que esto no se acaba aquí, que hay otros que vienen y merecen de nosotros el esfuerzo de rebelarnos ante la anomia. Que el Estado de Parálisis debe terminar.
Porque si no nos rebelamos, del modo en que cada uno encuentre en su propio imperativo moral, la próxima vacuna, o hasta la próxima muerte, ya no ocurrirá a la vuelta de la esquina. Sucederá en nuestra propia casa, esté o no amurallada. Insisto y redundo: sucederá en nuestra propia casa.