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El “humillante” cotidiano

Avatar del Rubén Montoya

... en cada vagón un centenar de personas se apiña como en discoteca de sábado: el magreo está garantizado. Los malos olores también...

¿Se ha subido usted en la metrovía guayaquileña? ¿No? Déjeme decirle esto: mientras no lo haga, por favor absténgase de emitir juicio alguno sobre sus usuarios. Le recomiendo subirse dos o tres veces como mínimo, mejor cuatro, para que no le quede ninguna duda de que nuestro servicio público por excelencia es un ejercicio de humillación como no hay otro. O de humildad, en su caso y en el mío.

Y entonces cada vez que crea tener una vida triste, injusta o miserable, recuerde cómo debe ser la de quienes, siendo tan iguales en derechos a usted o a mí, tienen que pasar tooooodos los días, varias veces al día, por ese suplicio.

Yo la usaba, hace fu, porque era una maravilla cuando quedaba cerca de mi trabajo y, además, había un servicio exprés que no paraba en cada estación. Hasta que llegó el calor invernal y cortó de un tajo mi hipocresía: sudaba más que en sauna. He vuelto por estos días a ser un hipócrita, pero solo para solventar estos datos:

El promedio de espera es 18 minutos en horas bajas; en las pico se reduce a 7 u 8, pero los buses van tan reventados que se debe esperar al quinto o sexto para abordar. ¿Resultado? Se pierde 40 minutos de lo más vital que tenemos, el tiempo, hasta subir a uno y a trompicadas buscar sitio en la lata de sardinas, donde en cada vagón un centenar de personas se apiña como en discoteca de sábado: el magreo está garantizado. Los malos olores también. Y ser mujer, o tener billetera o celular, es poco recomendable. Es un ejercicio de estrés, equilibrio y supervivencia. Uno sale de allí y siente que ha superado un examen para comando. ¡Uf!

En Guayaquil necesitan transporte público 1’800.000 usuarios; la metrovía no cubre ni la cuarta parte. Tiene tres troncales, necesita el triple. Con estas solas cifras debía alcanzar para que los socialcristianos resolvieran el desastre. No lo hicieron, en tres décadas de ‘modelo exitoso’. Y por si no alcanzan para el nuevo alcalde, le sugiero que se suba, cotidianamente, a cualquier vagón y hora. Sabrá entonces por qué le llaman “el humillante” y por qué no hay nadie, y nadie es nadie, que merezca sufrirlo todos sus benditos días.