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Ecuador indiferente

Avatar del Rubén Montoya

"La indiferencia o el silencio no son actos de omisión: son modos de agredir. Daños conscientes..."

Lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia. Cuando llegamos a ese estado en que nos importa un rábano lo que el otro sienta; o lo que pasa a nuestro derredor lo sentimos tan ajeno y lejano, en verdad no mostramos desidia, sino desprecio. La indiferencia o el silencio no son actos de omisión: son modos de agredir. Daños conscientes.

Lo que sucede en las cárceles revela nuestro grado cero de empatía ante algo que no sentimos como propio. “Allá que se maten, delincuentes son”, parece ser la orden de nuestra agresiva indiferencia.

Pues sí lo es…

Lo es, o debería serlo, para un Estado (y su Gobierno) que no debería ni dormir cuando sabe que el tema de fondo pasa por el desembarco masivo de las mafias mexicanas del narcotráfico, cuyos tentáculos son las asociaciones delictivas locales que controlan las cárceles. Mafias que precisan de aliados políticos que ejerzan su poder para inhabilitar medidas que legislen sobre el tema. Y de legiones de testaferros que les laven el dinero sucio.

Lo es, o debería serlo, para una administración de justicia que con un simple memorando podría acelerar al máximo el proceso de reducción de sentencia a los reos con buena conducta o enfermedades catastróficas y descongestionar las penitenciarías. Pero no lo hace porque la tramitología le significa dinero...

Lo es, o debería serlo, para el sistema legal que usa la medida excepcional de prisión preventiva como una arma cotidiana, y por eso tenemos a miles de acusados presos, pero sin sentencia… En la matanza de septiembre pasado, 3 de cada 4 asesinados no la tenía. Y como todos somos inocentes hasta que una sentencia diga lo contrario, entonces que nos quede claro: 3 de cada 4 eran técnicamente inocentes…

Lo es, o debe serlo, para una sociedad que ni se inmuta ante el horror y sus ramificaciones porque cree que en su familia no hay ni habrá un drogadicto, ¡qué va, imposible! Ni un proyecto de repartidor de droga, ni un padre atrasado en sus pensiones alimenticias, ni un presunto evasor de impuestos. Todos somos impolutos, como nuestras conciencias. Todos somos buenísimas personas. En fin: todos somos indiferentes.