Campaña de la no-propuesta

Ha sido la campaña de las no-propuestas. Eso sí, mucho baile y matraca. Bailan horrible, todos y toda, pero bailan...
En las democracias de verdad, el voto es una poderosa herramienta ciudadana para señalar a sus líderes los derroteros que deben seguir: a veces son de estabilidad; en otros, de movimiento y progreso. En las de papel, por caso la nuestra, el voto es un ejercicio de desahogo. O supervivencia.
Permítanme preguntarles: ¿cuántos de ustedes irán a votar convencidos de que su candidato es lo mejor para el país y orgullosos de sentirse bien representados? No vale mentir.
Cuando a diez días de las elecciones presidenciales sigue habiendo un 40 % de indecisos, las razones del desaliento están en gran parte en la pobreza de nuestros candidatos y sus casi inexistentes planes. El resto lo ha hecho uno de los peores gobiernos que hemos soportado, que siguió la senda de las décadas perdidas. ¿Tengo que nombrarlo? No hace falta ni se lo merece.
Son ocho candidatos y no hemos visto ni-una-sola propuesta global, multisectorial, que marque acciones cobijadas por algún modo de entender el mundo. Es verdad que solo ejercerán el cargo menos de 20 meses y que la campaña ha sido corta. Pero eso no justifica la soledad absoluta de planes y modos, sobre todo eso: modos de hacerlo. Concretos, posibles, serios. Ha sido la campaña de las no-propuestas. Algún mensajito bravucón en modo ultimátum al crimen organizado (ese que controla cárceles y puertos desde hace fuuuu); alguno que odia la dolarización, pero tiene que amarla de cara a la galería, lo cual muestra su doblez; alguno que mete miedo porque desprecia a los que tienen dos carros (o tres); y poco más que eso. Eso sí, mucho baile y matraca. Bailan horrible, todos y toda, pero bailan.
No hay candidatos que entusiasmen, menos que convenzan. Son pésimos, dan para caricatura. Nuestra ¿democracia?, entonces, no va a lanzar mensajes el próximo 20 de agosto, va a desahogarse. ¿El desahogo es un mensaje? Sí, pero uno que tiene las mismas señas del odio: es un motor que ata al pasado, uno en reversa.
Algo hemos hecho mal como sociedad, bastante mal, para que el principal distintivo de esta campaña sea la no-propuesta. En una campaña así, el ganador de ningún modo será el país.