Semblanza del distinguido joven
El distinguido joven ha batido casi todos los récords de arribismo. Posee un agudo sentido del oportunismo, ya que no de la oportunidad
El entrenamiento político de Esteban Torres, asambleísta socialcristiano e hijo de su papá, consiste en saber administrar la jeta. Este domingo, en el programa de opinión de Andrés Carrión en Teleamazonas, el también legislador Ricardo Vanegas, hombre incómodo de la bancada de Pachakutik, trapeó el piso con él, por ignorante, y, con un gesto de ostensible fastidio (las dos manos abiertas cayendo ruidosamente sobre los muslos) lo mandó de vuelta a la facultad de Derecho, de donde nunca debió salir: “¡Por Dios, hay que estudiar, por favor!”, le dijo. Con esta sentencia, que podría pasar por epitafio, terminó el programa. Y Torres, maestro de la indiferencia, chorreado cómodamente sobre su silla con soltura de huesos envidiable, la mirada perdida en las musarañas de algún rincón del cielo raso, la cara de pescado de la que se envanece en las redes sociales, el traje impecable en el que no admite una arruga, el estudiado aplomo, como si no fuera con él, encarnaba a la perfección la imagen de “el distinguido joven” que el gran Raúl Andrade retrataba (de eso ya van a cumplirse ochenta años) en una de sus viñetas del mentidero: “admirable simulador de seriedad, de gravedad, de importancia, de ponderación”, el “distinguido joven” es habilísimo para fabricarse un prestigio “sobre una base de simulaciones, otra base de apariencias y una, final, de farsa”. ¿Cómo pudo describirlo tan exactamente sin haberlo conocido?
En estos días, el distinguido joven Torres pasea su bien lograda solemnidad de jurista de pacotilla, tras haberse inventado un delito que no existe en el Código Penal para endilgárselo al presidente de la República, nada menos. Como causal de destitución (vaya audacia): el peculado por omisión. De esto ya se ha hablado lo suficiente: no existe en la legislación ecuatoriana, que el distinguido joven se jacta de haber estudiado, delito por omisión que no sea contra la vida, la salud, la libertad o la integridad física. El domingo, en la televisión, no pudo ni chistar cuando Ricardo Vanegas se lo dibujó, haciéndolo quedar como pelmazo. Se limitó a hablar de otras cosas o a mirar al techo, carepeje. Pero dale: ayer volvía a comparecer ante la prensa, “escurridizo y amable” como describe Raúl Andrade, para advertir a los ejecutores de esta nueva tentativa de golpe de Estado (los correístas) que él y su partido no apoyarán ningún juicio político que no establezca como causal ese delito que ha inventado.
“Ha batido casi todos los récords de arribismo”, escribe Andrade: “Posee un agudo sentido del oportunismo, ya que no de la oportunidad”. Tal cual. El peculado por omisión, esa chuchería, es el comodín que permite al distinguido joven situarse según el viento sople: lo mismo participando de la algarabía del juicio político contra el presidente de la República, ya que así lo exigen sus aliados golpistas, como evadiéndose de él si la cosa amenaza con derrumbarse, como en efecto está ocurriendo. Si el juicio político prospera, el éxito será suyo; si fracasa, la culpa será de otros. Porque el distinguido joven, diríase tan articulado, tan figuradamente inteligente, no tiene ideas. Nomás instintos.
Y obsecuencia. De hecho, la misión del distinguido joven en la vida ya la retrató a la perfección Raúl Andrade: “Realizar obsequiosamente los mandados que le encargan matronas y políticos en desuso”. No hace falta nombrarlos. En este aspecto, es cumplidor hasta la humillación. Ya sea cargando el papel higiénico para ir limpiando las embarradas de Luis Almeida, como inventándose nuevo tipos penales para mantener viva una farsa, el distinguido joven Torres es un fiel cumplidor de sus deberes.