Semblanza del candidato candongo

Si ganara el correísmo, él se mimetizaría y acomodaría como ya hizo hace diez años
En la primera vuelta del 2021 se alzó con algo más del 15 por ciento de los votos (casi un millón y medio de ecuatorianos) y logró consolidar un importante bloque de 18 asambleístas para su partido de ese entonces, la Izquierda Democrática. ¿Qué hizo con ese nada desdeñable capital político? Ponerlo en la congeladora. ¿De qué manera respondió a las expectativas depositadas en él por sus votantes? De ninguna, simplemente se desentendió de ellas. Y del país. Publicó un video en el TikTok, que para eso es bueno, diciendo que, una vez concluidas las elecciones y habiendo cosechado tantos votos, se iba a trabajar. En lo suyo, claro. Y desapareció del mapa.
Él, que se dice un socialdemócrata convencido, pudo haber asumido el liderazgo que, con semejantes resultados electorales, nadie le habría disputado en su partido. Pudo haber diseñado, junto con su bancada de 18 asambleístas, una agenda legislativa con la cual mantener vigentes sus promesas de campaña. Pudo haber negociado una alianza de gobierno, por ejemplo, y haber contribuido a defender los principios republicanos en una Asamblea dominada por el golpismo de los partidos con proyectos autoritarios y antidemocráticos. Pudo, en fin, haber sido responsable. Pero todo ello implicaba ensuciarse las manos con la política y eso es algo que no habría tolerado porque él es un ser de luz. O eso pretende. Los 18 asambleístas de la Izquierda Democrática, que llegaron a sus escaños arrastrados por él, resultaron, casi todos, una cuerda de arribistas irredentos que contribuyeron a hacer de la Asamblea Nacional la basura en la que se convirtió. Pero eso lo tiene sin cuidado porque ni los conoció ni le interesan. Porque Xavier Hervas no es un político: nomás un candidato.
Ahora le adelantaron el reloj (no esperábamos volverlo a ver hasta pasados cuatro años) pero llegó puntual a la cita, como no podía ser de otra manera, y hasta consiguió un partido de alquiler, o de papel, como se prefiera, indispensable para mantenerse como aquello por debajo de lo cual no entiende actividad pública alguna: aspirante a la presidencia. Vuelve habiendo practicado hasta la extenuación ese falsete aprendido de viejas figuras del correísmo, ese tonito impostado, esa cadencia meliflua y candonga que les sirve a todos ellos para fingir elocuencia sin tenerla en absoluto. Vuelve para despachar sus mensajes de una insufrible fatuidad (“el Ecuador no necesita un proyecto político sino un proyecto de nación”) y sus fórmulas publicitarias abrumadoramente tontas (“traigo el proyecto SOS: seguridad, obras, salud”). Vuelve para engatusarnos.
Xavier Hervas, candidato. Chimbador, para más señas. Su presencia mina las posibilidades de otras figuras de centro, de las que se fajan todo el año, no solo en elecciones, y defienden el proyecto democrático contra la arremetida de los autoritarismos. Claro que eso, a él, le tiene sin cuidado. Porque si llegaran a ganar, por ejemplo, los correístas, él se acomodaría y mimetizaría como ya hizo durante los diez años anteriores, cuando andaba recorriendo el mundo en el avión presidencial, abriendo mercados para sus empresas por su linda cara y cerrando la boca ante los abusos, los atropellos y las persecuciones, por no hablar de los latrocinios, indiferente como siempre a la suerte del país, que en el fondo le vale tres carajos.