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Es oficial: Lasso es indescifrable

Avatar del Roberto Aguilar

Llevan un año diciéndonos que desde las cárceles se controla el crimen organizado. 400 muertos después nos enteramos de que no hay en ellas inhibidores de señal celular

Se entiende que en lo político (sus relaciones con la Asamblea Nacional, su estrategia de comunicación, su nivel de aceptación pública, sus perspectivas de estabilidad al corto plazo...) le vaya al presidente como al perro. En primer lugar porque tiene ahí a un ministro de Gobierno, Francisco Jiménez, que más parece un infiltrado del lado oscuro de la Fuerza, un ser calamitosamente persuadido de que la mejor manera de neutralizar a los enemigos que lo quieren ver muerto a uno es darles gusto en todo. En segundo lugar porque, como a cualquiera resulta evidente menos a él, no se puede gobernar un país con los empleados de un banco. Un estadista necesita rodearse de gente con independencia de criterio que le diga lo que no le gustaría oír, no de complacientes aparicios que más bien se lo mantienen oculto. Así que en ese terreno ya perdimos las esperanzas: menos instinto político tienen Guillermo Lasso y sus acólitos que una vaca.

Sin embargo, en su calidad de empresario exitoso, condición que implica una efectiva capacidad de planificación, organización, dirección y control de las actividades de un equipo de trabajo con el fin de crear procesos dinámicos de innovación y cambio, se podría esperar razonablemente que aquellas cosas que no tienen relación con la política ni con la correlación de fuerzas en la Asamblea ni con las conspiraciones de un grupo de golpistas, por lo menos esas, funcionen sobre ruedas. Pero tampoco. Resulta inaudita la pasmosa, rampante, desesperante inutilidad de Guillermo Lasso para resolver cuestiones elementales en la vida diaria de un país medianamente civilizado. Que el trámite para obtener una cédula de identidad o un pasaporte en el Ecuador pueda durar tres meses, por ejemplo, es simplemente para llorar a gritos.

Y eso no es nada. Hay casos mucho peores de inoperancia presidencial. Casos que acarrean daños irreparables y, sin embargo, nuestro empresario exitoso los mantiene en punto muerto durante meses. La falta de medicinas en los hospitales púbicos probablemente sea la más ominosa. Y no se queda atrás la última, descubierta hace pocos días en la Asamblea Nacional gracias a que al asambleísta Ricardo Vanegas se le ocurrió hacer las preguntas correctas: la falta de inhibidores de señal de telefonía celular en las cárceles del país.

En verdad que es para quedarse boquiabierto. Porque, vamos a ver: ¿que tan difícil resulta instalarlos? ¿Cuánto puede demorar? ¿Cuánto puede costar? Llevan más de un año diciéndonos las autoridades de la seguridad interna que desde las cárceles se controla el crimen organizado en este país. 400 muertos después venimos a enterarnos de que no hay inhibidores de señal celular. Y no los ponen. ¿Puede ser peor?

¿De quién es la culpa? Para empezar, de esa momia llamada Iván Correa, secretario general de la Administración, que está ahí precisamente para responder por los resultados de la gestión de Gobierno pero del que todas las evidencias sugieren que apenas sí sabe hablar. Pero en último término la culpa es de Guillermo Lasso, que mantiene a ese inútil en cargo tan importante quizás porque le es fiel, quizás porque con él se siente en casa, quizás porque no tiene a otro. ¿Qué podemos esperar de un presidente incapaz de resolver algo tan simple durante tanto tiempo?