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No hay que odiar a los ladrones

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En el poder, el proyecto político de los correístas consiste en la administración burocrática del odio. En la oposición, se proclaman perseguidos y acusan de odiadores a todo el mundo’.

“Me he planteado la meta de que no vuelvan los correístas”. No se explica el revuelo que ha causado esta declaración de intenciones que el presidente de la República dejó caer inadvertidamente en una conversación con columnistas de este Diario. Al fin y al cabo, evitar que vuelvan los correístas al poder es su principal mandato. Guillermo Lasso llegó a la Presidencia porque la mayoría de ecuatorianos, incluyendo muchos que no votarían por él en ninguna otra circunstancia, consideró que la prioridad de la elección era evitar el triunfo de Andrés Arauz. Por una serie larga de razones de las que basta citar tres: su admitido proyecto de intervenir en el sistema de justicia para poner en marcha un mecanismo de impunidad en beneficio de sus presos y sus prófugos corruptos; su declarada intención de eternizarse en el poder (al menos 30 años, dijo sin sonrojarse); el anunciado plan de retaliación y venganza de su líder, que arrancó con la publicación en plena campaña de una lista negra de enemigos. En resumen: había que evitar el triunfo del correísmo porque su proyecto es esencial y profundamente antidemocrático.

Enemigos de la democracia que fingen tener una profunda vocación democrática cuando se encuentran en la oposición, mientras trabajan de manera incansable para recuperar el poder y acabar (otra vez) con la democracia: eso son los correístas. Con eso bastaría. Pero es que además promueven el robo descarado. Uno se pregunta si su aversión a la democracia proviene de trasnochadas convicciones ideológicas (la idea de que se trata de un sistema burgués y decadente que debe ser carcomido por dentro) o más bien prácticas (la conciencia de que su sistema de pesos y contrapesos y sus mecanismos de control para evitar los abusos del poder les impiden robar como quisieran). Debe haber de todo: bobos y vivísimos. De cualquier manera, hay que impedir su regreso al poder a toda costa, como dice el presidente. Por el bien de la República.

Esto, da grima tener que explicarlo, no tiene nada que ver con el odio. Hay que ver lo que son los correístas. Cuando están en el poder, ponen a sus seguidores en permanente pie de guerra, inventan enemigos, persiguen inocentes, activan un aparato de propaganda para difamar, calumniar y repartir culpas inventadas, crean ejércitos de “soldados digitales” asalariados para insultar, amenazar y amedrentar, convierten el asesinato simbólico en una de sus bellas artes y vuelven a los ecuatorianos contra los ecuatorianos. En el poder, el proyecto político del correísmo consiste en la administración burocrática del odio. En la oposición, en cambio (da risa verlos), se proclaman perseguidos y acusan a todo el mundo de odiadores. Odiador quien recuerda sus atropellos. Odiador quien quiere juzgar y castigar su latrocinios. Odiador quien previene del peligro que representan para la democracia. Pobres angelitos. Hoy, bobísimos intelectuales orgánicos de esta mafia acusan al presidente de reproducir lo que llaman “discursos de odio”. El tuitero Le Pantox les explicó mejor que nadie: “si pongo rejas y candado para que no se metan los ladrones -escribió-, no es por odio a los ladrones. Es solo que no quiero que me roben. Otra vez”.

“Me he planteado la meta de que no vuelvan los correístas”. Si se piensa bien, no solo es un propósito encomiable para cualquier demócrata. Probablemente es lo más sensato y consecuente que ha dicho Guillermo Lasso desde que llegó a la Presidencia. Ojalá fuera cierto.