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Desaforados y sin placas

Avatar del Roberto Aguilar

Cualquier humilde chapita de tránsito sabe que detener a un carro sin placas que ha cometido una infracción entraña un riesgo: podría ser su propio jefe

Pocas cosas retratan mejor la conducta cívica de los ecuatorianos, su cultura política en lo que tiene que ver con las responsabilidades que impone la ciudadanía, y su manera de entender las relaciones entre lo público y lo privado, como el viejo y al parecer irresoluble tema de las placas de los carros. Operativos de control y mano dura para castigar a los propietarios de los vehículos que no las tengan ha anunciado la ANT a partir de esta última semana del año: una multa equivalente al 30 por ciento del salario básico, es decir, alrededor de 130 dólares. Suena bien y así se verá en televisión durante un tiempo: habrá operativos ante las cámaras y los policías de tránsito se mostrarán implacables. ¿Y luego? ¿Qué ocurrirá cuando termine la fiebre de los operativos?

Como se recordará, nadie hizo tanto por fomentar esta, la más elemental de las conductas anticiudadanas, como el gobierno de la llamada revolución ciudadana. Llegó a haber, en ese entonces, 70 mil carros oficiales en el Ecuador (el doble de los que tiene Japón, con poco menos de la décima parte de la población), la inmensa mayoría de los cuales no tenía placas y se distinguía del común de los mortales precisamente por eso. Tampoco las tenían los carros privados de esa gran masa de burócratas en ascenso y empresarios amigos que aprovecharon esos años de impudicia para forrarse sin control: carros de alta gama libres de impuestos por las ventajas que confieren un cargo público, un carné de discapacitado, un amigo en las aduanas… Si algo aprendimos los ciudadanos durante la revolución ciudadana es que los ministros y subsecretarios, los asambleístas y los concejales, los directores departamentales y los asesores, los contratistas y los consultores, los esposos o esposas de unos y otras y los hijos de ambos… Toda esa gente puede andar sin problema alguno en carros sin placas. Más aún: el simple hecho de no tener placas les confiere impunidad: para parquearse donde les venga en gana, para cruzar los peajes electrónicos sin pagar, para invadir (en Quito, por ejemplo) el carril exclusivo del trole… Para pasarse en rojo los semáforos, ¿por qué no? Cualquier humilde chapita de tránsito, por mínimo que sea su instinto de conservación, aprendió que detener a un carro sin placas que ha cometido una infracción (no tener placas ya es una infracción) le puede meter en problemas o por lo menos hacerle pasar un mal rato. Le pueden decir, por ejemplo: “¿¡No sabes quién soy yooo!?”. Y caerle a trompadas. Porque el poder es un fuero y andar sin placas, uno de sus privilegios.

La semana pasada, ni bien la ANT anunció las nuevas sanciones para los conductores de vehículos sin placas, empezaron a circular en el Twitter las fotografías de funcionarios de la ANT en vehículos sin placas. ¿Quién va a cobrar los 130 dólares de multa a estos caballeros? ¿Los agentes de uniforme que son sus subordinados? Tampoco extrañará a nadie que los camiones y camionetas de propaganda electoral de los candidatos de la revolución ciudadana en la provincia del Guayas (para la Alcaldía de Durán, para la Prefectura…) aparezcan regularmente fotografiados circulando sin placas. Como si andar de aquí para allá con la carota de Marcela Aguiñaga a cada lado del vehículo no bastara. ¿Van a multar y sacar de circulación a estos infractores?