Columnas

¿Destruyan todo?

Hay gente, no poca, que busca aprovecharse de un hecho triste e indignante para convertirlo en un peldaño de sus intereses personales’.

El país quedó estupefacto hace pocos días con el asesinato de una señora en Quito, las circunstancias y el lugar donde se produjo el hecho, y porque el principal sospechoso es un oficial de la Policía. Inmediatamente se desbordó la ira legítima de muchas personas, y la intromisión morbosa y descarada de grupos que buscaron y buscan cualquier hecho oprobioso como escalón en sus objetivos. Algunas voces alentaban el quemen todo, otras que se vayan todos, otras que se cierre la Escuela de Policía, otros que se elimine la Policía, y otras insensateces.

Sin lugar a dudas la muerte de un ser humano y el entorno en el que se produjo deben indignarnos, solidarizarnos con su familia; y debe invitarnos a reflexionar qué podemos hacer en nuestro entorno para evitar que algo así se produzca. También debemos como ciudadanos exigir respuestas de las autoridades sobre los hechos, y del Estado, que se lleve ante la Justicia a quien realizó el crimen. Pero de esas exigencias a generalizar que la Policía toda debe desaparecer, que se cierre una escuela de oficiales en lugar de mejorar su formación, que se mine la moral de nuestras fuerzas del orden, que son precisamente las llamadas a protegernos del terrorismo, del narcotráfico y de la inseguridad, hay una distancia muy grande. Esa distancia es la que quieren hacernos recorrer los mafiosos, los políticos que quieren hacerse del poder a como dé lugar, aquellos a quienes les importa poco el bienestar de las personas y las mujeres en especial, sino tan simplemente sus agendas personales.

No pudiendo construir nada, su único triunfo es que todo se destruya y se queme, porque cuando todo esté quemado los demás serán iguales a ellos.

El país del destruyan todo no es el país en el que un niño o joven debe crecer, sino aquel donde se construya cosas, no se las destruya; el país que repruebe lo indebido pero que no generalice en todos los desaciertos de unos. El país donde sus ciudadanos tengan el valor de verse a sí mismos como cómplices de lo que sus ojos ven fuera, y tengan la valentía de cambiar la realidad con hechos y no solo palabras.