Columnas

¿Coincidencias?

Hay que trabajar en la esencia del problema, que es la pobreza extrema y desigualdad de oportunidades, pero lo que ha pasado no son meras coincidencias.

El 9 de septiembre pasado, la brutalidad en el uso desproporcionado de la fuerza provocó la muerte de Javier Ordóñez en Bogotá. En un caso de abuso parecido al de George Floyd en EE. UU., dos policías, usando pistolas de descarga eléctrica, siguieron empleando la fuerza aun teniendo al detenido completamente doblegado y sin que represente una amenaza para la autoridad.

Inmediatamente después se iniciaron protestas violentas. No se trataba solamente de la actitud ciudadana de rechazo enérgico a un abuso, sino de la movilización concertada de grupos que sembraron el caos y la destrucción.

En poco tiempo las víctimas de las protestas ascendían a 10 personas y decenas de heridos, se habían destruido más de 50 unidades del transporte público y numerosos comercios y propiedad pública estaba en llamas.

Sin duda hubo gente que legítimamente protestó por un acto de abuso policial, pero los actos de violencia similares a los de Quito de octubre de 2019 y Santiago de Chile días después, fueron provocados por grupos bien organizados, coordinados, apertrechados, y con objetivos precisos.

No hay tal cosa que “me encontré un par de cohetes en el portal de la casa y salí a usarlos”. Es muy claro que existe la mano de grupos extremos antisistema, cuyo objetivo es causar terror. Por una parte, debilitar la acción del Estado para proteger la vida y la propiedad, y por otro lado enviar un fuerte mensaje a las sociedades de los países de la región: no podemos vencer electoralmente, pero podemos inmovilizar a la sociedad si no se hace lo que deseamos.

De la misma manera como la guerrilla insurgente procuró tomar el poder en décadas pasadas -sin tener el favor popular-, el método ahora es aprovechar cualquier incidente (de origen legítimo y de rechazo público) para mover a jóvenes, muchos de ellos desempleados o legítimamente insatisfechos con el sistema, para sembrar el caos.

Pasó en Santiago, pasó en Quito y pasó en Bogotá. Hay que trabajar en la esencia del problema, que es la pobreza extrema y desigualdad de oportunidades, pero lo que ha pasado no son meras coincidencias.