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Medardo Mora Solórzano | Democracia y comunicación

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Hoy se desconfía de todo lo que exija un esfuerzo mental más allá de un título o copy llamativo

La esencia de la democracia es la libertad, que es la que posibilita labrar nuestra personalidad, nuestro bienestar individual y familiar, opinar, dentro de una normativa legal que establece los límites de nuestros derechos y obligaciones.

El mundo vive un desarrollo tecnológico irrefrenable, la comunicación impresa ha sido desplazada por la que circula en redes sociales sin ningún filtro, el uso de la inteligencia artificial o la realidad aumentada concentran el debate actual. El escritor estadounidense de ascendencia judía y nacido en Rusia, Isaac Asimov (1920-1992) anticipó lo que sería la comunicación en las democracias contemporáneas en su libro El culto a la ignorancia, y advertía la paradoja a enfrentar: “hay quienes no ven porque están en la oscuridad, privados de información, y quienes no ven porque están cegados por el ruido de datos inconexos que no permiten distinguir lo verdadero de lo falso; el exceso de información fugaz nos deja a oscuras en una inesperada paradoja de la luz”. Hoy se desconfía de todo lo que exija un esfuerzo mental más allá de un título o copy llamativo, el eco de “no confíes en los expertos” resuena fuerte desde el inconsciente colectivo, amplificado en las redes sociales, donde cada opinión tiene el mismo peso, sin importar si está cimentada en datos o en simples corazonadas sin contexto ni raíces, donde cada fragmento de saber es un fogonazo que deja imágenes efímeras flotando en la mente, la complejidad de las ideas se vuelve casi caricaturesca.

Agregaba, “no solo se niega el conocimiento, se lo ridiculiza, disfrazado de la falsa bandera de la democracia. El pensamiento crítico es un lujo innecesario, como si leer, cuestionar o aprender fueran actos elitistas, sospechosos, casi ofensivos; la inteligencia se convierte en un enemigo silencioso, mientras la mediocridad grita con orgullo su derecho a no saber”.

Es impostergable convertir el aprendizaje en un valor social, para que la democracia deje de ser una fachada y no seguir atrapados en el espejismo de que saber poco o mucho nos hace iguales, sin importar la diferencia.