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La lectura incómoda

Avatar del Mariasol Pons

Aún no termino el libro, pero estoy segura de que mientras el lector percibe mi incomodidad en este artículo, yo estaré sujetando mi tortura, en sus últimos minutos, con estas mismas manos que redactan

Tengo varios días intentando terminar un libro que me maltrata. Lo tomo en mis manos y me dispongo a recibir una paliza. Borges decía que es mentira que uno tiene que terminar todos los libros, que hay unos que deben ser abandonados sin terminar su viaje, y reconozco que me ha sucedido, he abandonado lecturas sin completarlas, pero esto es diferente.

Este libro golpea mis fibras internas, los lugares que me lleva a imaginar son horrendos, me cuesta, me duele y no quiero tener esas imágenes en la cabeza, aún así mis manos sostienen la paliza autoinfligida. ¿Por qué? Creo que se debe a la riqueza de ángulo en lo que se cuenta. No pienso confesar la lectura, ni la autoría, porque no estoy interesada en la polémica. Aún así siento la necesidad de compartir esta incomodidad que produce reflexión, observación y que me lleva a distanciarme por ratos de la lectura para comprenderla y comprenderme.

La lectura incómoda nos plantea situaciones difíciles con la inmensa ventaja de no pretender reacciones inmediatas ni respuestas alocadas. Ella nos observa de manera calmada mientras nuestra psiquis intenta desgranar y asimilar el efecto de lo que nos está sucediendo en el proceso cognitivo de recibir la información. No es la primera vez que me pasa, he leído otros libros que me asqueaban, que me repelían y que me aterraban. Lo que sí no puedo consumir es aburrimiento, soy franca, no tengo paciencia. El aburrimiento lo dejo como los espacios previos a la creatividad, donde lagunas pegajosas de tiempo y energía desaparecen y se convierten en algo con chispa y gracia.

Vuelvo a mi lectura que me tiene seudoembrujada, castigada porque quiero tirarla por la ventana, pero no puedo. El mundo está lleno de cosas bellas y cosas horrendas, es parte de estar vivos. Pero es que hay cosas que suceden en otra capa de la vida donde prima la oscuridad en una mazmorra de emociones y pensamientos sin lógica aparente, que se nutre de otro tipo de energía y activa otra materia. Mientras intento describirlo una voz interna pide socorro porque quiere huir de los recuerdos de la lectura, en esos casos también reconozco que me salto las partes que mi espíritu no es capaz de tolerar pues hay cosas que escojo no imaginar. Allí es donde me animo a volar a los pies de la autoría del libro y con horror experimento todo lo que debió procesar para producir la obra. Realmente me asombra, admiro su capacidad de aguantarlo, de vivirlo, si acaso, temporalmente. Aunque profundamente conozco que las historias no se viven temporalmente, todas ellas dejan huellas, marcas, cicatrices. Debía escribir de política, debía analizar cualquier otra cosa que no sea mi lectura actual, pero es que la incomodidad que ha logrado esta persona con su relato en mí, es algo significativo y necesario de compartir. Yo no quiero meter la cabeza en la mazmorra, pero me encuentro ante cierta inevitabilidad producto del talento de esta persona que, entre las cosas que describe, redacta líneas que ejercen de dardos. La lectura incómoda es imprescindible para crecer, para preguntar, para conversar, para movernos, para explorar. Aún no termino el libro, pero estoy segura de que mientras el lector percibe mi incomodidad en este artículo, yo estaré sujetando mi tortura, en sus últimos minutos, con estas mismas manos que redactan.