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El gobierno ideal, según Borges

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Para Borges, anarquista confeso, el mejor gobierno era aquel con “…un mínimo de Estado y un máximo de individuo”.

Una vez, en una entrevista le preguntaron al genial, y eternamente excluido del Nobel de Literatura, Jorge Luis Borges: ¿cuál sería el gobierno ideal para usted? A lo que respondió: “Diría que las palabras gobierno e ideal se contradicen”. El descrédito que Borges tenía hacia la política y hacia los políticos se evidenciaba en otra de sus lapidarias respuestas, esta vez al preguntarle qué opinaba de ellos: “En primer lugar no son hombres éticos; son hombres que han contraído el hábito de mentir, el hábito de sobornar, el hábito de sonreír todo el tiempo, el hábito de quedar bien con todo el mundo, el hábito de la popularidad… La profesión de los políticos es mentir” y añadía: “Creo que ningún político puede ser una persona totalmente sincera. Un político está buscando siempre electores y dice lo que esperan que diga”.

Desde Aristóteles y Platón, hasta Maquiavelo, muchos han teorizado sobre cuál sería la forma ideal de gobierno. Decía Simón Bolívar, por ejemplo, que “el sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”. Para Ezra Pound gobernar era “el arte de crear problemas con cuya solución mantiene a la población en vilo”.

Para Borges, anarquista confeso, el mejor gobierno era aquel con “…un mínimo de Estado y un máximo de individuo”. Pero, con un gobierno mínimo, ¿qué hacer con los políticos? Para ello también tenía una respuesta. En Utopía de un hombre cansado, cuento que integra el Libro de arena, publicado en 1975, Eudoro Acevedo, protagonista del relato, comentaba: “¿Qué sucedió con los gobiernos? Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más completa que este resumen”.