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Viviendo al límite

Avatar del Fernando Cazón

Nos hemos resignado a ver diariamente tanta mortandad que nuestro cerebro ha aprendido a justificar estos actos

Vivir en Guayaquil se ha vuelto una película de terror, donde manejar, caminar por las calles o salir a la tienda de la esquina asusta, porque malos elementos se han adueñado de cada rincón de la ciudad y a punta de cuchillo o pistola acabaron con la poca tranquilidad que nos quedaba.

En temas de asaltos y asesinatos hemos perdido la fe en nuestros gobernantes y nos ha tocado aprender a cuidarnos por nuestros propios medios, como sea. Los planes de acción de los organismos de control para combatir la delincuencia son palabras que se las lleva el viento y lo único real que percibimos es el desembolso de miles de dólares para "resguardar" la seguridad del ciudadano, esa seguridad que existe solamente en papeles e inversión, pero no en ejecución. Nos hemos resignado a ver diariamente tanta mortandad que nuestro cerebro ha aprendido a justificar estos actos. Si a una persona la secuestraron, mataron y botaron al río, si lo decapitaron y lo dejaron colgando bajo un puente o lo llenaron de plomo en la entrada de su casa, automáticamente pensamos: "andaba en malos pasos, si no esto no hubiera sucedido", normalizando la violencia. Solo cuando se trata de la muerte colateral de un niño, anciano o un personaje público hacemos catarsis colectiva, nos sensibilizamos ante la situación y entremos en un estado reflexivo durante un corto tiempo, hasta que la pena ajena desaparece.

Con la pandemia aprendimos que el Gobierno está perfectamente capacitado para ejecutar de manera inmediata planes de acción. Los toques de queda, con sus molestas restricciones, de una manera u otra salvaron la vida de muchos; el panorama hubiese sido más desolador si no hubiesen existido el "no puede" y el "no salga".

No debemos aceptar que en violencia y muertes estemos igual o peor que Sinaloa, y que Guayaquil pueda convertirse en potencia delincuencial. Es difícil declararle la guerra a estas mafias, porque ellos ya nos han demostrado más de una vez su capacidad de acción, pero es necesario que el Gobierno, de una vez por todas, termine poniendo el pecho, porque para los ciudadanos ya no existe rezo ni santo que proteja de tanto mal, y salir a la calle a buscar el sustento diario a muchos les termina costando hasta la vida