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Resplandores

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La exploración espacial es especialmente altruista, porque siempre viene con la probabilidad de riesgos que pueden ser catastróficos, es parte de lo que está en las cartas’.

La alerta en la Estación espacial de Avanzada llegó como llegan todas. Intempestivamente y generando por un instante algo de caos que fue corregido de inmediato por la experiencia de la tripulación. Los radares de espacio profundo habían detectado algo que parecía ser un cuerpo celeste que no estaba clasificado en ningún archivo.

Todos estaban pegados a sus puestos tratando de entender de qué se trataba lo que estaba pasando. La comunicación con la base central en el tercer planeta era imposible por la distancia. La Nabrikkus era precisamente una Estación de Avanzada que buscaba exoplanetas habitables, y solo se movía cada vez que la búsqueda lo justificaba. Habían estado en labores casi 22 egeones, y la estación era la más grande y de vanguardia que se había construido... en ella estaban puestas las mayores esperanzas para encontrar hogares nuevos.

Las lecturas eran completamente distintas a lo que habían visto antes; se direccionaron todos los radares hacia el fenómeno, pero todos daban idénticos resultados: masa indefinida, acercándose a una velocidad tal que no había sido jamás registrada antes y en preciso curso de colisión con la Nabrikkus.

El capitán pidió nuevamente confirmar lecturas. Si en realidad el cuerpo celeste estaba en curso de colisión a esa velocidad, no habría oportunidad siquiera de poder mover la Estación para evitar el impacto. Y las naves interceptoras no hubiesen podido ni desviar ni destruir algo de aquellas dimensiones.

No tenían tiempo. La exploración espacial es especialmente altruista, porque siempre viene con la probabilidad de riesgos que pueden ser catastróficos, es parte de lo que está en las cartas; y todos eran conscientes de ello, todos lo habían aceptado desde la Academia de entrenamiento. Pero vivirlo era diferente. El no tener opción frente a una catástrofe, el no poder hacer absolutamente nada, imbuía todo de resignación y silencio.

Uno a uno todos los miembros de la Nabrikkus dejaron sus puestos y se acercaron a la cubierta de observación, desde donde habían visto tantas maravillas en el espacio. A lo lejos lo vieron brillar con un esplendor diferente y lo vieron acercarse; se aproximaba a una velocidad inédita. Definitivamente nadie había visto algo similar en todo el tiempo que habían explorado el espacio, y parecía que ahora estaba todo a punto de acabar.

Al poco rato el capitán dijo “impacto en 6, 5, 4, 3... Ha sido un honor servir con ustedes”. Los instrumentos de la nave dejaron de funcionar todos al mismo tiempo.

Y la Nabrikkus se llenó de un resplandor inverosímil. No hubo impacto, la luz simplemente se metió en cada rincón y la tripulación no entendía nada; querían tocarla, sentirla. Y así como había llegado, desapareció. Y los instrumentos volvieron a funcionar. Nadie entendía nada. El capitán pidió al oficial de Navegación trazar la ruta que seguía el fenómeno.

Después de varios cálculos y análisis el oficial dijo que seguía sin poder clasificarlo, el fenómeno -ni nada parecido- jamás había sido visto o registrado, pero que con la trayectoria que llevaba seguramente llegaría a un pequeño planeta verde en la tercera órbita de un sistema solar lejano, y brillaría estacionario sobre una insignificante aldea que sus habitantes conocen como Belén de Judá.