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Reimaginemos la asistencia y el cuidado

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Si ahora debemos reparar la Tierra y garantizar que continúe la sostenibilidad de nuestras interacciones con ella, entonces el cuidado y la asistencia -las habilidades de nutrir y cultivar al suelo, las plantas, los animales y los humanos- se convierten en una fuente central de valor’.

La reciente COP26 y las negociaciones en curso por la ley de infraestructura social del presidente estadounidense Joe Biden (Ley Reconstruir Mejor), comparten una característica importante. En el centro de los esfuerzos mundiales para mitigar el cambio climático y adaptarnos a él está el compromiso de cuidar el planeta. De manera similar, la ley de Biden es un desembolso inicial para construir en EE. UU. toda una infraestructura de asistencia (licencias familiares con goce de sueldo, cuidado infantil, crédito fiscal por hijos y atención comunitaria y en el hogar asequible para todos quienes necesiten apoyo). En el contexto del cambio climático, el cuidado de la Tierra se traduce en un conjunto de prohibiciones, restricciones y deberes: no podemos seguir viviendo como lo hacemos ahora sin invitar a la catástrofe. Y muchos justifican su apoyo al cuidado infantil y de los ancianos enfatizando que si lo aumentamos, quienes se ocupan de ello, todavía mujeres en su mayoría, podrían continuar formando parte de la fuerza de trabajo y ser miembros «productivos» de la sociedad. En ambos casos, el cuidado y la asistencia son medios para un fin en vez de algo que deseamos y valoramos en sí mismo. Pero como la diseñadora social británica Hilary Cottam y yo escribimos, el cuidado y la asistencia no son servicios, sino «una relación que depende de la conexión humana». La calidad y profundidad de nuestras relaciones con los demás son esenciales para nuestra longevidad, bienestar, el desarrollo de nuestro cerebro y para nuestra propia humanidad. Es posible entonces que estemos ingresando en una nueva era económica en la cual el valor surja principalmente de las relaciones que contribuyen a la salud y sostenibilidad del ambiente y la prosperidad humana. Llamémosla la era relacional. Implementaremos tecnologías al servicio de una amplia gama de relaciones -enseñar, guiar, actuar como mentores, orientar, nutrir, capacitar, desarrollar, cuidar, y muchas otras que tendremos que descubrir o redescubrir- que permiten a los seres humanos alcanzar su potencial completo y vivir en armonía con sus entornos. Esa economía pasaría de la extracción a la inversión; de la fabricación y construcción, al mantenimiento y reparación; de tener a ser; y de producir y consumir, a crear y cuidar. El individualismo estático cedería terreno a la interdependencia dinámica. Esta visión de los seres humanos como nodos en una vasta red de relaciones que puede mejorar o destruir las oportunidades en nuestras vidas se corresponde con nuestra propia biología. Después de todo, un ecosistema es un conjunto de relaciones interdependientes que se intersecan. El físico Fritjof Capra escribió sobre «la red de vida» refiriéndose a las innumerables interdependencias de los organismos vivos. La actividad en redes biológicas es un proceso continuo de reparación y renovación molecular y celular. Si consideramos al cuidado como el cumplimiento de un deseo humano profundo y no como obligación, podemos convertirlo en una fuente de valor y en algo a recompensar y respetar, y por lo cual entusiasmarnos. El cuidado puede ofrecernos la senda para salir de nuestras crisis ambientales y espirituales, un puente hacia una nueva economía y una comprensión más profunda de nuestra propia humanidad.