Puente a la vida

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"Para evitar este cataclismo, el jefe de Estado debe enfrentar la crisis con probidad, no con liderazgos improvisados y medidas tibias. Debe convocar a los ecuatorianos más capacitados, sin miramiento político, ni obedeciendo a intereses particulares".

El combate a la pandemia exige el estricto cumplimiento de las fuerzas de ataque al virus, que están conformadas por la población y los equipos de salubridad, seguridad y protección, debidamente estructurados.

El marco de acción en el que se desenvuelven estas fuerzas lo conforman el país, las ciudades y pueblos con infraestructura y recursos suficientes para enfrentar la pandemia, y un prolijo seguimiento de la incidencia, prevalencia, morbilidad, vigilancia sanitaria y mortalidad. Responsabilidades a cargo de los sectores público y privado.

Como ninguna pandemia a lo largo de los siglos el COVID-19 tiene un seguimiento diario en 189 países con más de 3 millones de contagiados y 200 mil fallecidos. Ha sobresalido la ciencia de la investigación epidemiológica y la inteligencia médica y tecnológica que con el uso de modelos matemáticos estima el comportamiento epidemiológico de individuos susceptibles, infectados y recuperados y traza las tendencias y curvas exponenciales de duración del virus. La clave del éxito es la disciplina; de no ser así los períodos pueden durar no meses sino años. El mundo ha recurrido a la cuarentena, no al distanciamiento, peor cuando la información es insuficiente.

El coronavirus brotó en un momento y se propagó a lo largo del mundo, en cada país con realidades diferentes. En el caso del Ecuador llegó en una de las etapas más críticas de su historia: sobreendeudado, sin ahorros, con la salubridad en soletas, un sector público sobredimensionado, un país carcomido por diez años de corrupción y soborno, y luego comandado por un equipo improvisado y confundido en medidas incoherentes.

Qué decir de los gobiernos municipales, cuyo objetivo de volver a las ciudades más ostentosas subestimó a la comunidad mayoritariamente pobre, que habita en 2 o 3 cuartos sin servicios básicos, fuera de la modernidad, porque lo único que se merecían era el suburbio.

Sorpresivamente, llegó la pandemia y trazó un escenario donde el país cayó inesperadamente presa del virus y se confinó a la cuarentena. Frente a él se proyecta el país recuperado al que aspira llegar. Los separa un profundo abismo y los une un puente cuya rigidez se desconoce.

Se impuso la prohibición de salir; pero cómo retener a 6 millones de personas mal empleadas y sin trabajo; a 5 millones de microempresarios cuyas ventas son para vivir y pagar créditos de usura. Cómo frenar a las empresas medianas y grandes que dan empleo, pero que ahora están inactivas y han perdido más de $ 7.000 millones. El hambre, el estrés, la violencia y la zozobra harán que la gente y columnas interminables de vehículos se lancen al puente que no resistirá y los arrastrará al abismo.

Para evitar este cataclismo, el jefe de Estado debe enfrentar la crisis con probidad, no con liderazgos improvisados y medidas tibias. Debe convocar a los ecuatorianos más capacitados, sin miramiento político, ni obedeciendo a intereses particulares. Hay ecuatorianos honrados dispuestos a unirse en esta misión. Solo la unión y la solidaridad salvarán al país. Debe tender un puente amplio, bien estructurado, que conduzca a la prosperidad: ¡un puente a la vida!