Columnas

El internet no es el enemigo

Después de que la Standard Oil llegara a dominar la industria petrolera estadounidense y de otros muchos países a fines del siglo diecinueve y principios del veinte, los gobiernos enfrentaron el poder de la empresa con políticas antimonopolio, no “políticas petroleras”.

Vivimos en una edad milagrosa en que la mitad del mundo tiene acceso a una tecnología -internet- que apoya la salud y la educación, que puede ser un salvavidas en tiempos de enfermedades o desastres, y que fue diseñada para ser abierta, sin que nadie la posea. La pandemia de COVID-19 resaltó su importancia y potencial al obligar al planeta a conectarse remotamente, a distancia y en tiempo real. Por desgracia, también vivimos en tiempos de miedo y suspicacia. Parece que internet es un chivo expiatorio para muchos problemas actuales (terrorismo, abuso infantil y el fin de la democracia). Creer que las noticias falsas son culpa de internet es olvidar las campañas de propaganda estatal que se perfeccionaron en el siglo XX, y la excesiva concentración de riqueza y los omnipotentes monopolios no son producto de la era digital. Algunos incluso responsabilizan a internet por el declive de los valores cívicos y la civilidad, como si la mentira en la política y los discursos incendiarios no hubieran sido posibles antes de Twitter. Las tecnologías transformativas tienen profundos efectos en las sociedades y personas. Nos encontramos en un periodo de cambio social que, en parte, es atribuible al surgimiento de internet, porque esta ha creado nuevas oportunidades. Algunas son socialmente valiosas: hoy las personas se pueden comunicar de manera fácil y barata con amigos o familiares a grandes distancias. Algunas, socialmente dañinas: los estafadores ganan dinero. Otras, socialmente ambiguas: autoridades y celadores tradicionales están perdiendo influencia pues existen más canales y medios de acceso a la información. Si bien muchos daños que la gente adscribe a la internet no son nuevos ni causados por esta, los gobiernos están buscando regularla. Sería bueno que nos aseguremos de regular lo correcto. Algunos recomiendan la aplicación de normas especiales a estas compañías cuando alcancen un cierto nivel de capitalización de mercado o de ingresos, pero esta es difícilmente la primera vez que ha surgido el problema de concentración corporativa. Muchos expresan preocupación por la interferencia política que internet ha hecho posible, pero es una señal de descuido y falta de precisión histórica atribuir este fenómeno completamente a internet. EE.UU., Francia, Rusia y China vivieron revoluciones violentas en tiempos anteriores a ella. Los sistemas políticos y las democracias dependen del funcionamiento eficiente y legitimidad de sus gobiernos. Algunos retos sí son específicos de internet. Su tecnología permite comunicarse más velozmente que nunca y es muy complejo confiar en la identidad de alguien en línea. Mas internet es un ecosistema que debemos proteger. Al considerar posibles regulaciones, la mejor forma de avanzar es llevar a cabo una Evaluación de Impacto de Internet, tal como hacemos evaluaciones ambientales o de tráfico antes de decidir si construir una infraestructura, y determinar si una acción beneficiará o perjudicará el buen funcionamiento subyacente a la internet. Sobre todo debemos asegurarnos de que internet no se convierta en un chivo expiatorio por problemas causados por sistemas legales, económicos y políticos. Debe seguir siendo una herramienta para todos; eso significa protegerla como a cualquier otro recurso precioso.