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¿Qué hemos aprendido de la pandemia?

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"Empezamos a salir de casa a trabajar para poder sostener aquellos nuevos lujos que poco a poco se fueron desvaneciendo para dar paso nuevamente a lo superfluo".

Los primeros meses de pandemia, de encierro total, de hospitales colapsados (y saqueados), de temor, terror y hasta pánico por salir a las calles, de dolor indescriptible al ver a nuestros seres queridos partir sin poder despedirlos, de incertidumbre al no encontrar ni siquiera en la ciencia una respuesta clara sobre ese virus, nos llevaron a encontrar protección y solaz en casa, donde nos (re)encontramos con un mundo perdido y casi olvidado, la vida en familia.

El sentarse a la mesa juntos, el compartir una tarde de juegos, el disfrutar de las cosas cotidianas, era nuestro recurso para tratar de olvidar, aunque sea un instante, los horrores que sucedían afuera. (Re)Descubrimos la importancia de apreciar lo que tenemos, no frente a lo que podemos tener, sino frente a lo que podemos perder, lo superfluo se fue desvaneciendo para dar paso a lo esencial: salud, alimentación y techo se convirtieron en los nuevos lujos y nos dimos cuenta de que no necesitábamos más.

Pero esta situación no logra sostenerse en el tiempo, las personas no podían estar eternamente encerradas en este neo-nirvana, mucho menos soportarlo, aspecto constitutivo del goce en nuestras estructuras psíquicas que nos orienta a la eterna insatisfacción. Jaques Lacan nos describe como seres deseantes, destinados a la incompletud, siendo esto lo que nos hace avanzar.

Es así que luego de este periodo inicial, se empezaron a relajar las medidas de confinamiento, la economía necesitaba re-activarse tanto como nuestra psiquis re-moverse, los padres necesitaban salir a trabajar, los chicos a estudiar, aquel (re)encuentro ya no satisfacía. Empezamos a salir de casa a trabajar para poder sostener aquellos nuevos lujos que poco a poco se fueron desvaneciendo para dar paso nuevamente a lo superfluo. La necesidad del lazo social se hizo presente, ahora con mascarilla y distanciamiento, desplazando a aquel (re)encuentro. El deseo de volver a la “normalidad” se impuso incluso ante el sentido común, el menos común de los sentidos, llegando a re-negar la realidad, las mascarillas y el distanciamiento. Si no logramos rescatar el valor de lo vivido, no habremos aprendido nada.