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Cuando la democracia envejece

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En Alemania, la reducción de la edad para sufragar a 16 años ha hecho su aparición oficial en la lista de tareas pendientes del gobierno’.

La Cumbre por la Democracia, virtual, que fue presidida por el presidente estadounidense Joe Biden, será seguida el año próximo por un segundo encuentro presencial de líderes de todo el planeta. Se ha invitado a más de 100 gobiernos. No todos los invitados son estrellas de la democracia; las credenciales democráticas de varios de ellos son cuestionables. En cualquier caso, la pregunta más interesante corresponde a los países cuyas credenciales democráticas no están en duda. ¿Tienen características en común más allá del hecho de que celebran elecciones libres y justas, mantienen el Estado de derecho y aseguran la libertad de expresión y otros derechos individuales? Algo es seguro: el número de democracias reales es menor que hace una década. Si bien los movimientos de extrema derecha han perdido algo de impulso en Europa Occidental, y aunque los autócratas populistas se han vuelto menos populares en Brasil, Hungría, Turquía e incluso Rusia, en los últimos diez años ha habido una tendencia bien documentada hacia sistemas políticos comparativamente más autoritarios. De entre 146 países con más de dos millones de residentes, la Freedom House consideró que apenas 39 eran “plenamente libres” en 2020, desde 43 en 2010. Sin embargo, una característica menos percibida de las democracias actuales es que tienden a contar con poblaciones en proceso de envejecimiento. Las únicas excepciones fueron los pequeños Costa Rica y Uruguay, que cuentan con sólidas instituciones democráticas y una mediana etaria de mitad de los 30. Ningún país de gran tamaño es libre y joven simultáneamente. Esto ha ido acelerándose a lo largo de la última década y ha de intensificarse a futuro de continuar las actuales tendencias demográficas. No sugiero que la libertad política haga que las poblaciones envejezcan o que las sociedades más viejas tiendan más a la democracia. El único vínculo causal que se puede afirmar es que el bienestar provisto por las sociedades abiertas tiende a prolongar las vidas y a ofrecer mejor planificación familiar. Pero en tiempos de rápido cambio global y múltiples crisis, estas tendencias demográficas dan pie a preguntas urgentes. ¿Afecta una creciente proporción de votantes maduros y viejos la manera como un país ha de adaptarse y responder a shocks internacionales, crisis financieras, amenazas inflacionarias o deflacionarias, tecnologías disruptivas, olas migratorias y todos los problemas relacionados con el cambio climático?

La edad pesa con fuerza en los rasgos sicológicos y las preferencias políticas. Los individuos más viejos tienen a ser algo más sabios; pero también más cautelosos y lentos a la hora de entender nuevos acontecimientos. En general son menos capaces o están menos dispuestos a adaptarse a giros y vueltas de la historia. En contraste, la gente más joven tiende a ser flexible, con menos aversión al riesgo y más resiliente a las crisis. Estas características de las personas no siempre se reflejan a nivel de países. Los países con relativamente menos gente joven siguen siendo capaces de innovar. Sin embargo, en otros aspectos es innegable el conservatismo (o la complacencia) demográfico de estos países y su falta de una sólida visión de largo plazo. La falta de audacia, apertura a lo nuevo y visión de futuro en las democracias de hoy no es algo reconfortante. Peor, no existe un antídoto serio, aparte de bajar la edad de votación.

Federico Fubini

Periodista de economía y editor general del Corriere della Sera. Uno de sus últimos libros es Sul Vulcano, una reflexión sobre las reacciones sicológicas de la gente ante las crisis globales.