Columnas

Ayer tuvieron un mañana

Tenemos que construir un futuro que todavía no empieza a nacer. Para eso habrá que saber encender nuestra propia esperanza

Cuando nuestros próceres emprendieron la lucha por nuestra independencia, no podían saber qué destino le deparaba a su causa. Sin embargo, podemos estar seguros de que entendían el alto precio que muchos tendrían que pagar. Montúfar, Antepara, Calderón y otros cuyos nombres hoy solo Dios conoce terminaron encontrando a la muerte junto al paredón, frente a las líneas enemigas o en el lecho de un hospital. Esa valentía, que hoy hace tanta falta, tenía un gran motor que hace bastante tiempo se perdió: la esperanza.

En esa época, entre la guerra y sus miserias, la generación libertadora tenía un futuro. No estaban seguros de poder ganar en su día, pero veían cómo en ambos lados del Atlántico las naciones se emancipaban y las revoluciones se multiplicaban. La historia estaba claramente de su lado. A nuestra generación, aunque más próspera y heredera de la libertad que ellos ganaron, no le queda ni eso.

Nuestro presente es eterno y el horizonte se muestra vacío. Si para ellos el progreso de la historia era la marcha hacia un nuevo mundo más libre, para nosotros el reinicio de la historia es una constante vuelta en círculos. Las guerras y las crisis solo amenazan con el colapso del orden mundial, pero no prometen ninguna transformación liberadora, aunque a veces traten de engañarnos. Mientras los Estados Unidos solo quieren mantener su hegemonía, Rusia y China sueñan con la restauración de un viejo pasado imperial. Para nuestros países no hay nada nuevo, solo jugar de peones en el gran tablero de las potencias. Para el género humano, el único fin común que se presenta es la catástrofe ambiental.

Incluso en la pequeña y patética política ecuatoriana no queda nada que esperar. Todos hablan del pasado y practican viejas mañanas. La única novedad es la narcoviolencia, que nada tiene de progreso y sobre la que nadie es capaz de proponer una verdadera salida. No nos sorprendamos, porque nadie puede dar lo que no posee.

Es por todo esto que la misión de nuestra generación es más grande que la de nuestros viejos héroes. Tenemos que construir un futuro que todavía no empieza a nacer. Para eso habrá que saber encender nuestra propia esperanza.