La culpa es del otro

Quizás el único momento en el que nos acercamos como país es cuando ocurren desastres nacionales
Uno de los grandes males de estos tiempos es que no sabemos trabajar en equipo. Qué raro es saber que alguien antepone el beneficio del país, el bien mayor o el bienestar común a sus intereses personales, políticos o económicos.
Siempre pesa más el provecho que una persona le puede sacar a una situación. Quizás el único momento en el que nos acercamos como país es cuando ocurren desastres nacionales, cuando la solidaridad es el hilo conductor de las acciones de todos. Pienso en eso ahora que estamos atravesando una crisis de inseguridad sin precedentes: caminamos con miedo, vivimos con el temor de no regresar a casa, entramos en un estado de paranoia, esperamos resultados que no llegan y ya no creemos en las promesas.
Estamos a la espera de que un superhéroe venga a salvarnos porque la fe (si es que algún día hubo fe) en los políticos ya no existe. No creemos en nadie, y ninguno ha estado a la altura de la situación que estamos viviendo.
La Asamblea nos produce vergüenza por donde se la mire, no hay interés en solucionar los problemas de los ciudadanos, prima el manejo político y el uso del poder para evitar investigaciones -o comenzarlas- de acuerdo con objetivos, siempre egoístas.
Las redes sociales se han convertido en el único espacio donde el gobierno, la oposición, los asesores y los comunicadores discuten. Ahí sí son valientes. En las calles, no.
Cuando se los llama para entrevistas evaden las preguntas, responden de manera genérica y no asumen responsabilidades.
Frente al desencuentro nacional, hemos caído en la patética costumbre de culpar al otro. Al que estuvo antes, al de la alcaldía, a los medios, al que me bloquea y al Gobierno.
Mientras tanto, nos roban hasta la paz: las niñas y niños presencian crímenes, seis personas son asesinadas cada día y hay mujeres dando a luz en la calle porque no hay disponibilidad en los hospitales. Los médicos deben operar con la linterna de su celular y los pacientes suplican medicamentos.
Hemos regresado al 2020: encerrados, con miedo y sin respuestas.