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Un día después de las elecciones

Avatar del Byron López

Se evidenció una crisis de valores, ausencia de principios, falta de propuestas concretas y viables o de programas de acción a poner en práctica 

Al escribir este comentario no conocemos, por obvias razones, los resultados de las elecciones celebradas el día de ayer en el Ecuador. Pero sí estamos en capacidad de analizar los sucesos anteriores a este proceso para encontrar que muy poco han ganado la democracia y la política, que están en la obligación de ejecutar los actores políticos. Se evidenció una crisis de valores, ausencia de principios, falta de propuestas concretas y viables o de programas de acción a poner en práctica por los candidatos para el caso de que ganaran los comicios. Esto determina, lamentablemente, que quienes se consideran aptos para participar en un evento de esta naturaleza, se abstengan de hacerlo porque han llegado a suponer que es tarea para aventureros; por ello las dignidades de elección popular serán ocupadas por los menos capacitados y honestos. La tarea que le toca a la sociedad toda es recuperar el carácter verdadero de la política, haciéndola más ética, y luchar para que la corrupción desaparezca en todas sus manifestaciones, pues actualmente se ha extendido como una pandemia contra la cual no se encuentran aún las vacunas para hacerla desaparecer. La proliferación de partidos o movimientos políticos es escandalosa. Cada quien que se autodenomina político es dueño de un partido o de un movimiento al que le pone nombres que nada significan y que, a la postre, los colocan en subasta a fin de que otros seudopolíticos los usen, con las mismas intenciones que el anterior dueño. Lo más grave en esta contienda electoral es la denuncia que reposa en la Fiscalía de que hay candidatos de diversas provincias del país que han sido financiados por el narcotráfico. Esto no puede quedar en la sola denuncia, como muchas quedan hasta que el tiempo pasa y se olvida lo denunciado. Este sería el relajo más grande de nuestros mal llamados políticos y el insulto más grave lanzado a la conciencia honesta de nuestra sociedad, que por ventura es mayoritariamente honesta.

El Estado, a través de las instituciones constituidas para controlar estos desbarajustes, debe hacer lo imposible para terminar con tanto relajo que nos avergüenza.