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Bernardo Tobar: La sostenibilidad y su cultura de escasez

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Pasa otro tanto con el agua, que según muchos será la manzana de la discordia en próximas guerras

A mediados del Siglo XIX Napoleón III invitó a cenar al rey de Siam. Mientras los soldados utilizaban cubiertos de plata y el anfitrión, de oro, se habían reservado para el invitado de honor utensilios hechos con el metal más lujoso de la época: aluminio. Tan preciado era que fue elegido para rematar el obelisco de Washington. En cambio, hoy este metal se emplea en la construcción, en herramientas, en utensilios de uso común; vale menos que el zinc, varias veces menos que el cobre y una tonelada apenas compraría una onza de oro.

Como con el aluminio, la cuestión con los metales y otros recursos naturales no es su disponibilidad o finitud. Nada cambió en la naturaleza desde la época en que el rey de Siam atesoraba aluminio hasta hoy, que se fabrican cacerolas baratas con el mismo metal; solo cambió lo intangible, la tecnología para extraerlo y procesarlo.

Pasa otro tanto con el agua, que según muchos será la manzana de la discordia en próximas guerras. ¿Las habrá, sin embargo, si funcionan los inventos para potabilizar el agua de mar? Las guerras habrá lo mismo -el lado oscuro de la naturaleza humana las inventa cada tanto y de algo tienen que vivir los fabricantes de armamento-, pero no ya por el dominio de las fuentes de agua. Los conflictos serán en la arena comercial, en busca del acceso al conocimiento que transforma el líquido en vital. Como en el caso de un metal precioso, el agua es otro recurso cuya finitud no está necesariamente en el tamaño del inventario natural, como dice el paradigma, sino en la abundancia de posibilidades que origina la creatividad humana.

Antes ocurrían cambios o mejoras importantes cada cien años. En la época moderna llegaron a manos de cualquier usuario teléfonos diez veces más baratos y mil veces más potentes que los que empleaba el Pentágono antes del cambio de milenio. En la actualidad, la secuencia del genoma, que tardó 13 años y demandó billones de dólares a inicios de este siglo, se obtiene por el valor de un ramo de rosas comprado a orillas del Sena.

Frente a esta constante del fenómeno creativo, resulta curioso, por no decir inexplicable, que la corriente global haya construido el concepto de la sostenibilidad alrededor de la naturaleza y sus recursos. Se ha puesto énfasis en un paradigma limitativo de la explotación de la materia, en lugar de liberar el talento reconociendo la abundancia de posibilidades que origina.