Dromomanía

A modo de epílogo mencionaremos que no nos consta dicha práctica ni nos interesa hacer alguna crítica a quienes ostentan representaciones.

Se dice que sin movimiento no hay vida. Todo está en constante cambio. A pesar de ser ignaro en física, leía que el “movimiento es un cambio de la posición de un cuerpo a lo largo del tiempo respecto de un sistema de referencia”. Hasta ahí estuvo fácil y comprensible. Más allá, al tratar de entender la cinemática o la dinámica, sus ecuaciones, velocidad, aceleración y tiempo, o sus gráficas, las cosas se pusieron color de hormiga. Quizás a eso se deba lo difícil que resulta definir la vida, más aún si son tan continuos y erráticos los movimientos que ella condiciona. Pero hay que moverse, así no nos guste, no queda de otra

Una característica de quienes asumen alguna representación política es aprovechar la función para (con presupuestos ajenos) echar una canita al aire y luego entregar un informe justificador de lo importante del paseo en beneficio de las grandes masas.

Las redes sociales dicen que los psiquiatras han acuñado un nombre para su dolencia: ‘dromomanía’, que es la ‘obsesión patológica por trasladarse de un lugar a otro’. El síndrome no es peligroso, en especial si el espíritu aventurero complacerá a sus genes, el denominado DRD4-7r, un receptor de dopamina (neurotransmisor del placer) que ha sido bautizado como ‘el gen viajero’.

A modo de epílogo mencionaremos que no nos consta dicha práctica ni nos interesa hacer alguna crítica a quienes ostentan representaciones. Pueden seguir disfrutando de los jugosos presupuestos arrancados a los más pobres, quienes ni siquiera pueden pagar al subirse a la lata de sardinas llamada ‘pobrevía’ para ir a sus trabajos; peor, dar una vuelta a la manzana en un destartalado taxi conducido por un patán de marras.

Ricardo López González