Cartas de lectores

En defensa de los intermediarios

Es fácil juzgar una actividad cuando nunca se la ha realizado. Prácticamente toda transacción humana sigue cuatro patrones. El primero es el Reparto comunal, donde un grupo de personas comparten entre ellos sus cosas sin importar quién tiene qué. El segundo es la Autoridad superior, donde las personas dominantes confiscan las cosas de las de rango inferior. El tercero y más común es el Ajuste a la igualdad, donde dos o más personas intercambian bienes o favores en distintos momentos, y los objetos de intercambio son idénticos o muy similares. La modernidad nos ha llevado a un sistema más complejo: el Precio de mercado. Aquí aparecen la intermediación financiera y de bienes y servicios. Este último tipo es contraintuitivo: demuestra que un objeto no posee valor auténtico y constante, sino que tiene el valor que alguien esté dispuesto a pagar en un determinado lugar y momento. Ej.: cualquier madre de familia está dispuesta a pagar más por cinco libras de arroz compradas en la tienda de la esquina a tener que ir al campo a comprárselas al productor (donde el producto aún está sin procesar). Asimismo el tiendero de la esquina está dispuesto a pagar más a quien le ahorra el tiempo y recorrido que conlleva ir a una planta de procesamiento para conseguir la calidad de producto que acostumbra ofrecer a sus clientes. Y por problemas estructurales de acceso a crédito en el país, el productor no puede ir directamente a la planta de procesamiento a entregar su producto y esperar de 15 a 30 días a que se lo cancelen porque tiene deudas que pagar. Allí recurre a quien puede cancelar de contado su materia prima para continuar sus actividades. En todos esos “huecos” para llevar un producto al consumidor final aparecen los intermediarios, que realizan el arduo trabajo de poner en contacto a vendedor y comprador. Sus beneficios son una recompensa por su trabajo, no resultado de la astucia como ciertos demagogos lo quieren hacer ver.

Francisco Ramírez P.