Sus instalaciones parecen haber sido afectadas por algún desastre natural. El balneario de aguas termales de San Vicente ha quedado en el abandono por más de una década.

Su fachada, donde se lee “Alcaldía de Santa Elena” y se paga $ 3 para acceder al complejo, es lo más colorido que verá el visitante en su estadía.

Son las 15:00 del viernes 3 de marzo. Los empleados de la boletería hablan entre ellos sobre la futura administración de ese lugar a propósito de los resultados de las elecciones recientes.

Al ingresar por un portón metálico hay un pasillo techado que conduce hasta las edificaciones que aún están operativas. Para ser un lugar ubicado en medio de áreas naturales son pocas las plantas y árboles que hay en su interior. Se escuchan pájaros, pero detrás de una gran muralla de cemento que delimita el recinto.

A medio camino, se aclara la melodía de una cumbia que proviene del área de las piscinas de agua caliente y de temperatura al ambiente. En efecto, un parlante aviva, en la medida de lo posible, esos espacios del balneario que en la actualidad tienen aspecto lúgubre y poco salubre. Sus muros manchados parecen de instalaciones de escuelas descuidadas o de alguna vieja cárcel de hace más de una década.

Un hombre que está sentado en una silla plástica, que guía a los pocos visitantes, saluda amablemente. Con sus manos direcciona a unos turistas de Guayaquil. Ellos se dirigen al área de los vestidores, donde hay unos asientos de cemento. En frente de ese lugar hay varios cubículos con puertas de aluminio. La privacidad es mínima.

Este balneario está ubicado en el kilómetro 104 de la vía Guayaquil-Salinas, en la comuna San Vicente, del cantón Santa Elena, en la provincia de ese mismo nombre. Los brotes de lodo y agua, de origen volcánico, han atraído el interés de aborígenes, colonos y turistas, en los diferentes pasajes de la historia, por las propiedades medicinales que se les atribuye, como se recoge en el blog www.neomano.com, de Édgar Landívar, quien presenta la descripción del geólogo alemán Teodoro Wolf. Este residió en Ecuador entre 1870 y 1890.

“Las cercanas fuentes termales están en íntima conexión con el volcán de fango (...). El desprendimiento de gases en las fuentes es tan considerable, o aún más enérgico, que en el volcancito también se percibe el olor de petróleo y de hidrógeno sulfurado... El agua cristalina de las fuentes está muy cargada de sales, mucho más que el agua del mar… Tanta riqueza de sales en el agua indica la existencia de un gran depósito de estas sustancias en la profundidad. Un hecho curioso es que en el agua salada y caliente (40 °C) de las fuentes viven centenares de pescaditos muy pequeños”, reseña el blog.

Los viajeros que llegan en busca de alivio para alguna dolencia reumática, de las articulaciones, entre otras, empiezan la suerte de terapia en una lagunilla de agua oscura, en cuyo fondo hay lodo. Su olor a azufre es fuerte. En el centro del pozo hay tres personas, parecen conocerse de hace mucho porque hablan de vecinos y sus apodos. Una cuarta persona que está en la orilla tiene el cuerpo cubierto de lodo. Sus dientes brillan con el reflejo del sol cuando ríe.

De pronto, una familia entra al recinto. Christian Ramírez, un hombre de 49 años, ve con recelo el agua. Su hijo, esposa y cuñada, quien los llevó, entran antes que él. Toma confianza y de a poco se adoba con el barro “para bajar el estrés de la ciudad”.

Él refiere la falta de mantenimiento del sitio. Por ejemplo, solo una parte de las duchas está operativa, hay puertas que no cierran o que están caídas. En uno de los cubículos queda expuesto por completo el torso de una señora de unos 60 años.

Después de unos veinte minutos que dura esa primera fase de la terapia, los visitantes deben reposar en las aguas termales que están en el otro extremo del complejo. Los turistas que tratan de cubrirse del sol con sus toallas rodean un gran hoyo en el camino, que han intentado tapar con seis tablones, ramas y piedras.

Los bañistas avanzan en puntillas para evitar las piedrillas y, más adelante, algún resbalón. Llegan a una pequeña fuente, que se ve limpia. Del fondo brotan burbujas. Muchos alzan sus cejas y abren sus ojos como reacción de la temperatura del agua.

Hay silencio, como se pide en unas leyendas que están pegadas en los vidrios. Desde la cúpula, unas imágenes de Jesús crucificado y del Divino Niño contemplan a los dolientes, cansados y turistas. “Baje la voz, mi amor”, le dice un joven a su hija.

Después de diez minutos, los viajeros salen con rumbo a la piscina que tiene temperatura ambiente. Hacen falta esos cauchos para evitar que las personas se resbalen y se golpeen.

Una mujer quiere orinar, antes de meterse al agua, pero una tira plástica con la inscripción de “peligro” y un cartel le advierten que las instalaciones sanitarias están fuera de servicio. No hay de otra. Se aguanta e ingresa al agua.

Casi al mismo tiempo, un joven con muletas sale del lugar. La terapia termina, pero los problemas de infraestructura, aseo y seguridad continúan sin una respuesta de autoridades y exautoridades del Municipio de Santa Elena. Estas siguen sin atender un pedido de entrevista de este Diario, como el alcalde Luis Segovia y el exalcalde Otto Vera.

• ¿Hay alguna obra?

En 2021, el Municipio de Santa Elena impulsó el proceso contractual de una consultoría para la repotenciación del balneario de aguas termales de la comuna San Vicente, por un valor de $ 280.000, según los registros de Compras Públicas. El 24 de enero de 2022 se adjudicó la obra a favor de Jorge Pozo, con un plazo de ejecución de 120 días a partir de la fecha de suscripción del contrato. Este documento y otros no constan en el portal del Sercop, según una revisión de este Diario. Tampoco se halló otro proceso de alguna obra de repotenciación.