Laura restrepo
“Lamento el tiempo con el que no podré estar con los nietos que aún no tengo y los libros que no alcanzaré a leer”.Cortesía

Laura Restrepo, la razón de su ser

De convertirse en letras, su vida podría llegar a ser un verdadero best seller, pero se enfoca en otros proyectos mientras el tiempo esté a su favor.

Brutalmente franca, sencilla, cálida, Laura es quien es, sin pretensión ni excusa alguna. Al ego se lo tumbaron cuando, de chica burguesa, pasó a las filas del activismo político emparentado a la izquierda.

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Cuando los mitos renacen

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Conocerla es entender su gusto por escuchar y mirar a los ojos, buscando más allá de lo que se ve, pues, de esas historias vividas en las calles es como ha alimentado su carrera literaria, con obras que han cruzado fronteras y se han convertido en premios y una bien ganada fama editorial.

Y es que Laura es un desafío por donde se la mire... Militante trotskista, periodista crítica y escritora laureada, ha transitado por montañas de arena y cal, a contra corriente, como dice, pero aferrada a sus convicciones que han sido inalienables en tiempo y espacio, en una trama que bien podría parecerse a una novela de ficción.

De posiciones radicales y obsesiva en sus metas, suma cerca de una veintena de libros publicados, oficio que le dio fama internacional con ‘Delirio’, siendo el mismísimo Saramago quien le entregara el premio Alfaguara en 2004. Su nombre se visibilizó al traducirse la obra a varios idiomas. Pero, ¿Qué pesa más en ella? ¿Acaso el periodismo, la política o los libros? Y categórica responde: “El ser madre, prender la chimenea, estar con mis perros y perderme en el monte”.

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  • En el corazón

Dos han sido los grandes amores de Laura: un padre fuera de serie y de quien no pudo despedirse antes de morir -acaso el gran lamento de su vida-; y su hijo Pedro Saboulard, nacido en 1980 durante la clandestinidad del dictador Allende, en algún barrio suburbano de Córdova. En aquel confín escondido de sombra y lucha, llegó Pedro, a cubrir de vida y sentido la razón de su existencia. Hoy, 43 años después, son compañeros de una ruta en común: ambos escritores y cómplices de letras, viven en el campo y renuevan una casona de piedra del siglo XIV en los Pirineos, cerca de la frontera con Francia, donde pasan sus días en un reencuentro ansiado por la escritora, quien lamenta desde ya el poco tiempo que tendrá con los nietos que aún no llegan.

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De un padre intelectual, anárquico y costurero de profesión, Laura, en su juventud, buscó sus propios espacios para crecer y manifestarse a su manera. La madre, también cautivante, pertenecía a la familia terrateniente más rica de Colombia. Errantes por puro gusto y manía, recorrieron Estados Unidos en un Volkswagen, sin llegar a establecerse nunca. Se sumaron en la ruta otros destinos hasta que Laura creció sin nunca completar un solo ciclo escolar: “Fuimos una familia muy unida. Mi padre era ¡todo! Encantador, culto, guapísimo y se dedicaba a coser ropa para mujer. Mi madre, una dama, se educó en Europa, hablaba varios idiomas sin acento y fue una gran deportista. Se compraba la ropa en grandes almacenes pero nosotras, sus dos hijas, usábamos lo que nos hacía mi padre en su taller” (risas).

Restrepo no creía en la escolaridad, pero se encargó de criar a sus hijas entre museos, exposiciones, conciertos y lugares históricos, tradición venida de los hombres de la familia que fueron autodidactas pero, eso sí, cultos ante todo. A los 15, al revalidar los exámenes en el ministerio público, la escritora entró en la Universidad de Los Andes para estudiar Filosofía y Letras, donde la idílica vida familiar se trastocaría de forma abrupta.

Laura Restrepo
En su meet and greet por su libro Canciones de antiguos amantes.Franklin Jacome

  • Militancia

Era la Colombia de los 70 y en las aulas universitarias se cernía un efervescente movimiento político embanderado por los maoístas y trotskistas, con quienes Laura se sintió rápidamente identificada. Aún más, al dar clases de literatura en un colegio público de los barrios del sur, aquella realidad dispar -social y económica- caló hondo en la estudiante. “¡El mundo estaba vivo! Había el movimiento estudiantil, el campesino, la teoría de la liberación, la revolución cubana… había que estar encaramados en la bola del cambio y de la historia…  ¡Ser joven era estar ahí fuera!”.

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De pronto, bruscamente, rompió todo contacto familiar “en una ola que me llevó lejos, montada por convicción y entusiasmo” -como afirma-, en partidos de oposición, los que estaban penados con cárcel o, aún peor que eso, “los colombianos tenemos una particularidad, no tenemos miedo”, dice. Con ese coraje se enlistó en la militancia troskista y se radicó en España hasta la muerte de su padre -un duro golpe que la llevó a Argentina donde nacería su hijo-. Fue en este período, apoyando a ‘Madres de la Plaza de Mayo’ y a otras causas, cuando entregó a la militancia argentina una finca, herencia de su padre, y que ahora está en manos privadas. Un hecho que también resiente como si hubiese sido una traición de su parte.

  • ¡A escribir!

Al caer Allende del poder regresó a su natal Colombia, donde fue la responsable de la sección política de la revista Semana, publicación en la que García Márquez era parte del directorio. “Aprendí de él mucho del oficio”, recuerda la escritora, quien fue nombrada por el presidente Betancourt comisionada para la negociación de paz con el M19. Fueron momentos duros los vividos, los que la llevaron al exilio en México tras recibir amenazas de muerte de parte de una facción de los militares que estaba en contra de esa negociación. “El ahora presidente Petro sobrevivió porque no era parte de la dirección del M19, los que fueron asesinados cuando entregaban las armas”. A partir de entonces, las letras se alzaron sobre Restrepo, al escribir su primer libro, con referencia al proceso de paz por el que transitó y que, curiosamente, ha sido el más vendido de su colección literaria. Lo llamó ‘Historia de un entusiasmo’.

Todo fluiría desde entonces, hasta convertirse en la escritora que es hoy, con al menos tres libros por delante y un bien avenido matrimonio de 20 años con Carlos Payán -escritor y periodista mexicano, fundador de ‘La Jornada’-, fallecido meses atrás: “Carlos me hace mucha falta… Era un tipo tan inteligente, divertido… Él nos dio trabajo a muchos exiliados colombianos. Fue muy cercano a mi hijo, aunque no fue su padre”.

A los 73, aquella urgencia de seguir errante por la vida se la ha calmado Pedro, su hijo, quien le recuerda día a día cuál y dónde está su nido. “Lo esencial es mi núcleo, ser madre y ser hermana, saber que aunque algo no vaya bien, estarán ellos”.

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