Sin rubor ni pudor

Los niños creen que los cuentos de su infancia son verdad, pero ocurre que también los adultos, si bien no todos, creen lo mismo. Un filósofo se atrevió a decir que creeríamos en los cuentos aunque tuviéramos doscientos años de edad. El problema real es el de los nuevos valores morales que sobrevienen de todo ello y la estupidez de moralistas que fungen de legisladores. ¿Qué método es el de prohibir a la gente que robe y eliminar al mismo tiempo el examen previo del contenido de contratos de inmensa cuantía, fuente del basural en que se ha convertido la contratación pública?

Casi podríamos decir que la gente hoy carece de vergüenza y que funcionarios y exfuncionarios corruptos se entremezclan sonrientes y orgullosos de sus nuevas fortunas con la gente honrada. La ética que impera solo les exige enriquecerse, sin que interesen los medios empleados. ¡Hasta se los entrevista en televisión!

Ciertas mediciones afirman que carece de todo significado moral que los personeros de Odebrecht denuncien a los funcionarios cohechados (o extorsionadores, según la jerarquía y talante del funcionario ladrón). La corrupción no interesaría. Nuestro presidente rechazó ese acto potencialmente esclarecedor de una descomunal corrupción y cree que es una bribonada más de la firma brasileña. Fiel a sus antecedentes, debió enjuiciar a los delatores como autores de injurias calumniosas que implican la comisión de delitos -ese fue uno de sus recursos favoritos para castigar a sus detractores- si, como hoy lo ha expresado, las delaciones de Odebrecht son falsas. Los delatores habrían ido por lana y salido trasquilados, porque nuevas condenas se sumarían a las que desde ahora se espera. Correa no ha reparado en ello y resulta vergonzoso que exija pruebas fehacientes para ver si se anima a actuar. Su discurso evasivo alienta la inconducta de su fiscal general, cuya retórica escurridiza se asemeja a una encubridora tomadura de pelo.

La vergüenza se ausenta de nuestro quehacer político y hasta familiar. Los ejemplos que observamos dan cuenta de madres y hermanas confiadas en la pulcritud de esos funcionarios que, habiendo demostrado anterior limpidez moral, caen en el tentador enriquecimiento promovido por una voraz administración revolucionaria .

No se ha observado vergüenza alguna por la demencial actuación de una exjuez. Confieso que experimenté sincero pesar por la descomposición humana exhibida por quien no era dueña de sí misma en tales momentos. Será juzgada, cual chivo expiatorio, por agredir a policías, anunciándose que su infracción sería penada con un mínimo de 180 días de prisión; diez veces más severa que la impuesta al director de un diario por apalear a una mujer. Su condición de orientador de la opinión pública y vocero del régimen correísta es inconciliable con su conducta. ¿Cree usted que podría haber algo más lacerante y vergonzoso para un orientador público que una condena, por simbólica que fuere, por apalear a una mujer? ¿Qué espera Correa, si pretende ser coherente con su sus propias afirmaciones, para desembarazarse de él, habiendo una sentencia condenatoria de una desvergüenza?

Un récord más, conferido esta vez por la oposición, se sumaría al palmarés de la revolución ciudadana: el de haber logrado ser el Gobierno más corrupto de nuestra historia. ¿Qué hará para desmentirlo?

colaboradores@granasa.com.ec