Evento. Socias del Jockey Club de Río en el ‘Salón de las Rosas’, el domingo durante la mayor carrera del año.

Los ricos en Brasil sufren a su manera

En el hipódromo de Río pasan del champán a la cerveza. La mayor carrera del año es una tradición, que no quieren perder

Desde la exclusiva sala VIP del Jockey Club de Río de Janeiro, con vistas al hipódromo y al majestuoso cerro del Corcovado, la crisis brasileña parece remota. Pero la alta sociedad del gigante sudamericano también sufre penurias, a su manera.

“Solíamos beber champán”, dice Teresa Aczel Quattrone, una carioca de 70 años con una gran pamela beige y una enorme gargantilla de perlas, durante el Gran Premio Brasil del domingo, la mayor carrera de caballos del año. “Ahora, bebemos cerveza”, lamenta.

A primera vista, la escena en este ‘Salón de las Rosas’ se parece más a los años 20, cuando el Jockey Club fue construido, que al cada vez más caótico Brasil de 2017.

Bajo la luz de una lámpara de araña, la crema y nata brasileña se da un festín de canapés y alcohol servido en bandejas de plata. Y aunque en las cubiteras ya no haya champán francés, la cerveza nacional viene helada y servida en copas de cristal.

Nada aquí recuerda que el país se encuentra en época de vacas flacas, con un desempleo cercano al 14 %, ni que el presidente Michel Temer está en la cuerda floja en medio de un grave escándalo de corrupción.

Aquí se valoran las pamelas excesivas, los vestidos escotados y la cirugía estética. Para dar aún más glamur, a mitad de la tarde, siete modelos entran en la sala para realzar la suntuosidad del ambiente con vestidos “vintage” vaporosos y espléndidos tocados.

Pero el toque final a ese cuadro del pasado lo da el servicio, prácticamente formado solo por negros, que sirven a clientes mayoritariamente blancos con el uniforme tradicional con delantal de criados.

El contraste entre este lujo frente a la masa de brasileños luchando por sobrevivir a una recesión histórica de dos años no escapa a todos los socios de este selecto club.

“A pesar de este glamur que ves, la ciudad tiene las peores cifras de desempleo de todo Brasil. Esto no refleja Río de Janeiro”, reconoce Flavio Duarte, un especialista en tecnología de 49 años, que fue a la fiesta con su mujer y su pequeña hija de 10 años.

Para Duarte, la fiesta anual del Gran Premio sobrevive porque el evento y la magnífica carrera de caballos recuerda la mejor cara de la ciudad a los habitantes de Río.

“La gente viene porque es una tradición que no se quiere perder, como ya pasó con tantas otras”, estima.

Cedric Sa, un ingeniero retirado de 70 años, describe la extravagancia del Salón de las Rosas como “una especie de carnaval para los ricos”.

Curiosamente, no muestra ninguna simpatía por Temer, aunque el presidente conservador sea visto por muchos como la última figura del “establishment”. “Si cayera, la fiesta aquí sería aún mayor”, se ríe Sa.

El Gran Premio de Brasil, con un espectacular circuito de 2.400 metros bajo la mirada del Cristo Redentor, es una de las cinco carreras latinoamericanas que puntúan para la Copa Breeders, el clásico campeonato internacional.

John Fulton, el representante en América del Sur de la Copa Breeders, asegura que Río tiene “uno de los hipódromos más bonitos del mundo”.

Pero el gigante sudamericano no cumple con su potencial en este deporte -como en otras áreas- al producir solo 2.000 caballos de carrera pura sangre por año, muy por debajo de los 3.000 que tenía antes de la recesión. En Argentina se producen 8.000 potros por año, dice Fulton a modo de comparación.

Ajenas a esto, cientos de personas llenaban las gradas y las zonas contiguas al césped antes de la gran carrera en Río.

Para sorpresa, el ganador fue el “outsider” Voador Magee. Una decepción para aquellos que habían apostado por caballos favoritos como No Regrets y una demostración de que, una vez más, hoy en día no hay ninguna apuesta segura en Brasil.