Octubre y la libertad

Este es un mes y tiempo que tiene mayor simbolismo, valor e importancia sociopolítica y cultural para la construcción, permanencia y proyección de la memoria histórica de la ciudad y la identidad guayaquileña. Siempre será razón, motivo y fundamento de rememoración de un evento de transformación que explica las raíces, se constituye en la matriz y deviene en la dimensión ideológica y política que la libertad tiene como paradigma para la sociedad.

Lo es porque la Revolución de octubre es no solo un acontecimiento histórico más del calendario cívico local y nacional. Es el proceso-producto que hizo que la libertad fuera el eje fundamental del quehacer sociopolítico del colectivo humano que ha hecho de ella su bandera, insignia, conquista y objetivo final. Por ella se ha creado una comunidad de hombres libres en toda la dimensión y sentido que esta tiene.

Aquello antes era bien comprendido por los guayaquileños que se formaron en el espíritu y revalorización de esa gesta. Hoy se ha debilitado (y lo han ido debilitando). Es pálido reflejo y eco lejano del compromiso y acción que llevó a esos hombres y mujeres a crear una sociedad de ciudadanos libres. Pero además dispuestos a transmitir el significado íntimo de ella a las generaciones siguientes, y a estas a asumirla como una herencia y legado histórico que debe ser refrendado en todo momento, tiempo y circunstancia también histórica, pues solo así podemos decir que somos dignos herederos de aquellos que se comprometieron y murieron por ella.

Por eso cuando se comparan los meses de julio (de la fundación y traslado) y octubre libertario, liberal, revolucionario, independentista y autonómico, es indudable que este tiene mayor peso y significación histórica que aquel que dio lugar al encuentro intercultural de dos civilizaciones. Por tanto podemos decir que en aquellos tiempos “la libertad era entendida como el estado del hombre libre, la cual le habilitaba para moverse, irse de casa, salir hacia el mundo y encontrar otras personas en acción y palabra” (Hannah Arendt). Esto es lo que deben tener presente, proteger y defender quienes asumen la identidad y el espíritu guayaquileño.